viernes, 11 de febrero de 2011

COMPLEJIDAD, CIENCIA Y AMÉRICA LATINA

Entrevista a Carlos Maldonado Castañeda
por Manuel A. Paz y Miño, Director de la REVISTA-E LATINOAMERICANA DE FILOSOFIA APLICADA


Carlos Eduardo Maldonado Castañeda tiene el grado de Ph.D. en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, y es profesor titular en la Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia. Entre sus diversos libros están: Complejidad: ciencia, pensamiento y aplicación (2007), Complejidad de las ciencias y ciencias de la complejidad (2005) y Biopolítica de la guerra (2003).

Dr. Carlos Maldonado (foto tomada de http://www.carlosmaldonado.org/)

-Manuel A. Paz y Miño: ¿Qué es la complejidad?

Carlos Maldonado: El estudio de sistemas, fenómenos y comportamientos complejos constituye, sin dudas, unos de los logros más significativos de los avances recientes del conocimiento. Son varios los méritos de este progreso. Por ejemplo, se trata de uno de los más serios esfuerzos en la historia de Occidente por superar el dualismo, que es la forma clásica de pensamiento en nuestra historia. Asimismo, se trata del más radical esfuerzo por pensar en términos interdisciplinarios, en donde asistimos a un diálogo abierto, sincero, denodado entre ciencias, disciplinas, prácticas, lenguajes, modelos, metodologías y tradiciones diferentes. Adicionalmente, se trata de un estilo de pensar y de vivir, por así decirlo, más acorde a la naturaleza, y con una distancia fuerte con respecto a los modelos antropológicos, antropomórficos o antropocéntricos que fueron los que prevalecieron tradicionalmente.

El trabajo en complejidad corresponde, adicionalmente a los desarrollos más interesantes y conspicuos en ciencia, tecnología y arte, de suerte que lo mejor del conocimiento ha venido a integrarse en el trabajo de comprensión, explicación y aprovechamiento de los sistemas complejos.

La complejidad no es una cosmovisión; tampoco es un simple adjetivo o adverbio. Es un problema. Es el título en el que se condensan los más importantes, apasionantes, inquietantes y fundamentales problemas de la humanidad. Sólo que se condensan de manera cruzada, transversal, no-lineal; en ocasiones en bucles de retroalimentación positiva, y en otros momentos en bucles de retroalimentación negativa.

Con seguridad, las mejores mentes de la humanidad se encuentran trabajando en este campo de trabajo e investigación que, sin embargo, permanece aún como marginal o aislado en el gran escenario de la educación, los asuntos públicos y los privados, por ejemplo.

La complejidad estriba en rasgos que tradicionalmente permanecieron desconocidos o dejados de lado por la historia, la cultura, la ciencia y la filosofía occidentales. Rasgos como sorpresas, cambios súbitos, irreversibles y no controlados, emergencias, no-determinismo, complejidad creciente, irreductibilidad, la importancia de la flecha del tiempo, comportamientos colectivos, procesamientos en paralelo, ausencia de control rígido y centralizado, redes libres de escala, leyes de potencia, el surgimiento de nuevas tecnologías (TICs) y de tecnologías convergentes (NBICs), equilibrios dinámicos, atractores extraños, fractalidad, y otros semejantes.

Como se aprecia de fenómenos, comportamientos y sistemas para los que incluso hemos acuñado nuevos conceptos y nuevas metáforas y que eran perfectamente desconocidos en la historia. Esa es la complejidad y de eso de encargan los complejólogos: de estudiar, comprender, aprovechar estos fenómenos.

He sugerido la idea de que las ciencias de la complejidad son las ciencias de la sociedad del conocimiento y, en términos económicos, del cuarto sector de la economía: la economía del conocimiento o economía basada en el conocimiento.

-¿Qué es el pensamiento complejo?

En sentido originario, el pensamiento complejo se refiere a la obra de Edgar Morin, y es un lugar ya suficientemente reconocido que el pensamiento complejo apunta, como a su núcleo, a la obra principal de Morin que es el Método, una obra extensa en seis volúmenes que contiene lo mejor del pensamiento de este autor francés.

En un sentido derivado, y con el que, por lo demás estaría de acuerdo el propio Morin, se trata de un tipo de racionalidad novedosa, diferente en la historia de la humanidad.

En efecto, hemos llegado a reconocer, por distintos caminos, que es efectivamente posible y tiene todo el sentido, hablar de avance o progreso en la humanidad –en este caso, por ejemplo, en el pensamiento o en la racionalidad-, en términos no ya simplemente acumulativos y lineales, sino, mejor aún , por vía de rupturas y discontinuidades. Pues bien, la complejidad constituye un nuevo tipo de pensamiento y/o de racionalidad en la historia.

Ha habido, de hecho, diferentes formas de racionalidad en la historia: el mito y la religión, la racionalidad de los griegos y la del medioevo; la racionalidad de los modernos y la del mundo contemporáneo, notablemente. Cada tipo de racionalidad se corresponde con un conjunto de posibilidades y de estructuras y dinámicas de amplio espectro. Asimismo, de otro lado, hay y ha habido tipos de racionalidad que han muerto. O que han sido remplazadas, geológicamente, a la manera de la tectónica de placas en las que unas capas se van superponiendo a otras y sirviendo para el desarrollo de nuevas formas de vida.

De este modo, el descubrimiento de la complejidad representa una nueva y mejor oportunidad para la vida misma, para la comprensión del ser humano por parte de sí mismo, tanto como para la comprensión de la naturaleza, del mundo y del universo.

Ahora bien, es importante mencionar explícitamente que en complejidad, en sentido estricto, el pensamiento o la racionalidad no suceden ya en un sistema o modo centralizado: el cerebro. Sino, mejor aún, es un pensamiento orgánico, que pasa ciertamente por el cerebro, pero no comienza ni termina en él. En otras palabras, el pensamiento complejo es bastante más que una mera comprensión encefalográfica de la racionalidad.

El pensamiento ya no obedece a un sistema que lo representa en términos centralizados, verticales y rígidos. Por el contrario, compromete a la totalidad de la existencia y abarca la naturaleza, a los otros, y al conjunto del universo. Con seguridad, en la historia de Occidente no habíamos asistido a un tipo de pensamiento semejante. El pensamiento complejo se expresa en las ciencias de la complejidad, pero asimismo en el arte y la estética, la cultura y la naturaleza en función de problemas de frontera y de sistemas caracterizados por no-linealidad, emergencia, autoorganización, redes libres de escala, percolación, adaptación y no-determinismo.

-¿Cuál es su concepción de ciencia y pseudociencia?

La ciencia contemporánea tiene cada vez menos que ver con la ciencia clásica, la ciencia de la modernidad. Estamos asistiendo al nacimiento no solamente de una nueva forma de ciencia, sino, además, de nuevas ciencias de frontera, posibles a partir de problemas de frontera. Quizás las más destacadas son las ciencias cognitivas, las ciencias de la vida, las ciencias de la salud, las ciencias de la tierra, las ciencias del espacio, las ciencias de materiales, en fin, las ciencias de la complejidad. Ya hoy no se habla, como sí fue el caso hasta hace poco tiempo de ciencia y tecnología (en singular), sino de ciencias, grupos de disciplinas que se caracterizan por que no tienen ya objeto de estudio ni tampoco un campo de estudio, como la ciencia clásica.

Los científicos contemporáneos lo son no porque se inscriban ya al interior de una tradición, tengan un objeto propio, un lenguaje y se reúnan en círculos disciplinares. Los científicos contemporáneos lo son porque tienen problemas – problemas de investigación y de trabajo, y que estos son además cruzados, transversales, de frontera.

La pequeña ciencia (little science) es la ciencia en la que la inmensa mayoría de nosotros nos formamos. Es decir, ciencia y tecnología que interesaba a cada una de las disciplinas y que se definía, en lenguaje medieval, por género próximo y diferencia específica. Ha surgido otro tipo de ciencia, la gran ciencia (big science), que es aquella que interesa e interpela tanto a los científicos como a los tecnólogos o ingenieros, a militares y tomadores de decisiones públicas, a empresarios y a la sociedad sociedad civil, por ejemplo.

Nunca habíamos sabido tanto sobre el universo y sobre nosotros mismos como ahora. Es suficientemente sabido que jamás había habido tantos científicos y tecnólogos como en nuestra época. Lo que más apasiona de nuestra época es justamente eso: contra todas las apariencias –muchas veces alimentadas por los grandes medios masivos de comunicación, particularmente en nuestros países-, asistimos a una espléndida vitalidad y salud de la ciencia y el conocimiento. Que es la vida misma. Y sin embargo, necesitamos más y mejor conocimiento, más y mejor investigación. Soy optimista con respecto a nuestros horizontes debido precisamente a la vitalidad de las ciencias, disciplinas y tecnologías actuales.

El problema, sí, sigue siendo el de la pseudo-ciencia, como ha sido por lo demás el caso en toda la historia de la humanidad. Es asombroso que en pleno auge del conocimiento en nuestra época, la mayoría de la gente todavía se interrogue en los encuentros con los demás si son Géminis o Aries, por ejemplo. La numerología y los saberes circulantes constituyen rezagos de la historia. A la gente la manipulan ampliamente gracias a la ignorancia matemática de las personas. En fin, hay demasiada magia, mitos, religión y supersticiones –y debo advertir que es necesario trazar distinciones a su vez entre ellos-, que impiden el avance de la sana razón, en fin, el mejoramiento, la calidad y la dignidad de la vida.

Edgar Morin advierte en uno de sus textos la razón por la cual es extremadamente difícil distinguir la ciencia de la pseudo-ciencia. Se trata del hecho de que la apariencia nunca se presenta como lo que es (= apariencia), sino como lo otro de sí (= realidad, verdad, etc.). Quien me va a timar o a engañar, por ejemplo, nunca se aparece como alguien falso, mendaz o perverso, sino como alguien confiable y simpático. Pues bien, por extensión, lo mismo sucede en todos los dominios en donde debemos distinguir lo que es (= to on, en griego) y to pseudos (= la apariencia, en griego).

El trabajo de distinción entre la ciencia y la pseudociencia coincide con la historia y los avatares mismos de la educación, la cultura, las políticas de ciencia y tecnología, entre otros, y constituye el más difícil de todos los problemas relativos al progreso, la exaltación, la gratificación, el posibilitamiento y la dignificación de la vida en general.

En cualquier caso, debe ser claro que necesitamos ciencia, más y mejor ciencia, y que no coincide ya con los criterios y principios de la ciencia clásica. Dicho en términos amplios: necesitamos más y mejor ciencia, más y mejor tecnología. Nunca menos y más controlada. Siempre el conocimiento ha sido la mejor herramienta para superar retos, riesgos y peligros por parte de los individuos, las sociedades y los pueblos. Lo que ha significado amenazas, pérdida de oportunidades, exclusión y muerte ha sido la ausencia de conocimiento o la reducción y circunscripción suya. Para el caso, el predominio y el auge de la pseudo-ciencia.

-¿Cuáles son las ciencias o teorías de la complejidad según su clasificación y la de otros autores?

La propuesta que he venido desarrollando es la de que las ciencias de la complejidad se articulan principalmente en siete, así: la termodinámica del no-equilibrio, el caos, los fractales, las catástrofes, la vida artificial, la ciencia de redes y las lógicas no-clásicas. Debo decir que no existe en otros autores algo así como una clasificación o ensayo de sistematización semejante, si bien hay algunas de estas ciencias que tienen un estatuto propio, claramente definido. Tal es el caso, notablemente, de la termodinámica del no-equilibrio, el caos (que inicialmente fue hipótesis, luego teoría y pasó a ciencia) y la ciencia de redes complejas.

Es importante observar que estas ciencias se componen o se articulan en una variedad de otras teorías, modelos explicativos, lenguajes, herramientas y problemas diversos, de suerte que asistimos a una magnífica profusión de herramientas teóricas, conceptuales, matemáticas, físicas, biológicas y otras, todas las cuales se refuerzan positivamente para integrar ese panorama altamente sugestivo y productivo que son las ciencias de la complejidad.

Cabe advertir, sin embargo, que quienes son o somos complejólogos trabajamos o atravesamos por varias (o todas) de estas ciencias. Pero lo contrario no sucede necesariamente. Es decir, por ejemplo, no por ser caotólogo se es complejólogo; o no por trabajar en fractales se trabaja necesariamente en complejidad.

Las ciencias de la complejidad son ciencias de la vida, aunque lo contrario no Ueda afirmarse con igual verdad. Esto es, las ciencias de la vida no son ciencias de la complejidad, y ello resulta claro particularmente cuando se observa el panorama habitual de lo que se denominan las ciencias de la vida – muchas de las cuales son claramente reduccionistas y deterministas, siendo el paradigma de ello al bilogía molecular.

Las ciencias de la complejidad son una forma de actuar sobre el mundo. Los científicos, en el sentido al mismo tiempo más amplio e incluyente de la palabra, somos gente de acción. En efecto, la ciencia es una herramienta mediante la cual actuamos en el mundo. En otras palabras, la ciencia en general no es ya simple contemplación o mera comprensión de las cosas o los fenómenos.

Ahora bien, la complejidad no es un objeto o un campo. De hecho, no es necesariamente bueno ni deseable que las cosas sean complejas o que las cosas se vuelvan complejas. Este es un rasgo importante de distinción entre el pensamiento complejo y las ciencias de la complejidad. Lo que quiero decir es que las ciencias de la complejidad no son ciencia de todo, y tampoco es cierto que todas las cosas sean complejas. Ni siquiera es verdad que la complejidad dependa del punto de vista del observador. Como sabemos suficientemente gracias a la filosofía de la ciencia: una teoría que lo explica todo no explica nada. Ese es el caso de la pseudo-ciencia, la astrología, la numerología, por ejemplo.

En este sentido, las ciencias de la complejidad no son ciencia de todas las cosas, sino sólo de aquellos fenómenos o sistemas que en un momento determinado, por determinadas razones se comportan de manera compleja; es decir, de forma imprevisible, no-controlable, sorprendente, con emergencias, adaptativos, etc. Vale aquí recordar a Heráclito: “Quien no espera no hallara lo inesperado”, y lo inesperado está, muchas veces, cargado de cosas buenas, promisorias, favorables a la vida.

-¿Por qué no incluir en las lógicas no clásicas a la lógica dialéctica?

Una de las conquistas o descubrimientos más maravillosos que han tenido y están teniendo lugar son las lógicas no-clásicas. Es una lástima que en nuestros países, en general, haya un descuido (¿quizás agendado por las élites gobernantes tradicionalmente?) acerca del pensamiento abstracto. Y con ello, a tres ámbitos por tanto: la filosofía, la lógica y las matemáticas. Pero no es el momento o el lugar para entrar en ese abandono del pensamiento abstracto.

Las lógicas no-clásicas nacen particularmente a partir de los años 1950s y a la fecha continúan naciendo y desarrollándose. Se trata, notablemente, de la(s) lógica(s) paraconsistente(s), la lógica de la relevancia, la lógica epistémica, la lógica intuicionista, la lógica no-monotónica, la lógica modal, la lógica dinámica, la lógica del tiempo (o lógica temporal), la lógicas polivalentes, la lógica difusa, la lógica dinámica, la lógica cuántica, la lógica libre, la lógica de fábrica (o fabricación).

Lo cierto es que las lógicas no-clásicas nos enseñan, de entrada, varias cosas verdaderamente sorprendentes, sobre todo cuando se las mira desde la tradición. La primera, con seguridad, es el hecho de que no hay una única verdad (there is no one true logic), sino, (la) verdad es el objeto de diversos modos de pensar, de vivir, de decir las cosas. Esto tiene que ver con el hecho mismo de las lógicas no clásicas, a saber: se trata de la noción de pluralismo lógico. Esto es, no hay una única forma de pensar, de vivir y de decir las cosas que era por lo menos el supuesto del mundo tradicionalmente a partir de la lógica formal clásica. Esta idea es verdaderamente revolucionaria: no existe una canónica del pensamiento ni de la vida. En efecto, la noción de complejidad es, sin más ni más, la de una pluralidad o diversidad irreductibles.

Ahora bien, ¿por qué no incluir a la lógica dialéctica en las lógicas no-clásicas? La lógica dialéctica no es, strictu sensu, lógica, sino filosofía, o si se quiere ciencia y que se inscribe en la tradición marxista, por lo menos a la luz de los trabajos de Engels (que es quien acuña el concepto) y de Lenin (en sus Cuadernos de Filosofía).

Yo creo que, en el mejor de los casos, hay algunos elementos del espíritu de la lógica dialéctica que pueden encontrarse en algunas de las lógicas no-clásicas, notablemente, en la lógica del tiempo y en la lógica dinámica. Pero en sentido estricto, la lógica dialéctica nunca existió como lógica (salvo una serie limitada de textos, que todos conocemos, incluyendo a uno muy popular de H. Lefebvre), a pesar de la expresión misma: “lógica” dialéctica.

Lo importante es reconocer que las lógicas no-clásicas representan un racimo (cluster) que señalan en una dirección bien precisa: estamos asistiendo a la transición hacia una nueva racionalidad. Me refiero a una racionalidad menos centrada en el antropologismo, y más abierta a otras formas acaso más cercanas a la naturaleza, al cosmos.

Las lógicas no-clásicas ponen de manifiesto el hecho de que existen diversos sistemas deductivos, que el tiempo altera la verdad o falsedad de una proposición, trabajan con independencia acerca de la asunción de existencias, saben de dinámicas y cambios y no ya de afirmaciones atemporales estáticas, saben que existen grados y modos de verdad tanto como de falsedad y que las cosas importantes en la vida suceden en esos grados y modos, en fin, que el universo como la vida son sistemas esencialmente abiertos, no cerrados o aislados, y que son sistemas adaptativos.

-Si toda ciencia de la complejidad es interdisciplinaria pero no toda interdisciplinaridad es complejidad, ¿cuál sería la diferencia entre estas dos?

Las ciencias de la complejidad son ciencia de fronteras fundadas a partir de problemas de frontera. Un problema se dice que es de frontera cuando las herramientas, por así decirlo, de una única ciencia o disciplina son insuficientes: a) para comprender un problema, y b) para resolverlo. Entonces se produce el encuentro abierto, sincero, desinteresado, sin hegemonismos entre ciencias, disciplinas, lenguajes, metodologías y herramientas diversas. Al fin y al cabo, los científicos son o somos científicos (incluyendo, naturalmente a los filósofos y a los ingenieros) no porque tengan un objeto, una tradición, un método, y determinadas formas de organización, por ejemplo, sino porque tienen problemas. Los problemas constituyen a la ciencia contemporánea, y los científicos investigan problemas. Sin problemas que investigar, sencillamente no se es científico.

Digamos de pasada que los problemas son de dos tipos: Problemas de tipo I y de tipo II. Un problema es de tipo cuando sabemos cómo y por qué es un problema. Y un problema es de tipo II cuando no sabemos exactamente por qué razón un problema es tal, y sin embargo sabemos”, presentimos, vivimos que es un problema efectivamente.

Pues bien, la complejidad implica, de plano a plano, interdisciplinariedad. Pero aquí la interdisciplinariedad surge de entrada como la forma de trabajo de comunidades académicas y científicas diferentes apasionadas con problemas que interpelan a tradiciones, teorías, lenguajes y métodos diferentes.

Digamos que esta situación se inscribe en el marco más amplio que Solla Price introdujo a comienzos de los años 1960s y que tan sólo hoy se reconoce ampliamente en dominios como la filosofía de la ciencia, la sociología de la ciencia, la historia de la ciencia y los estudios políticos y sociales sobre ciencia y tecnología: existe la gran ciencia (big science) y la pequeña ciencia (little science).

La pequeña ciencia es la ciencia clásica; es decir, aquella que interesa a cada comunidad de científicos, académicos e investigadores. Así por ejemplo, la química interesa a los químicos, la física a los físicos, la ingeniería a los ingenieros y la lingüística a los lingüistas. En esa tradición, la preocupación grande consistía en mostrarle a la sociedad civil, al sector público o al sector privado la importancia o el significado o los alcances de una ciencia o disciplina; de un invento, idea o descubrimiento.

En contraste, la gran ciencia es la ciencia que interesa –incluso con grados diferentes- a sectores tan diversos como los científicos, los ingenieros, los militares, los tomadores de decisiones públicas, al sector privado, a financistas y a la sociedad civil. Es el tipo de ciencia que se funda en auténticos programas de investigación antes que simplemente en objetos, campos o proyectos de investigación. Algunos ejemplos conspicuos de la gran ciencia son: la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI), la búsqueda de energías alternativas, la exploración del espacio extraterrestre, la investigación de las profundidades submarinas. Con seguridad, a este tipo de ciencias pertenecen las ciencias de la complejidad.

Un investigador importante (H. Pagels, físico) sostenía en los comienzos de las ciencias de la complejidad que quienes quieran o puedan dominar el futuro deberán, son seguridad, trabajar con seriedad en las ciencias de la complejidad. Esta es una de las razones, no la principal, que me anima, personalmente, a trabajar, desde nuestros países, en el estudio de los sistemas, fenómenos y comportamientos caracterizados por no-linealidad, complejidad creciente, irreductibilidad y demás.

Pues bien, la interdisciplinariedad, de suyo, no necesariamente implica o conduce a la complejidad. Hay numerosos ejemplos en la historia de la humanidad. Pero quizás los dos más recientes son: el enciclopedismo de Diderot y de d´Alembert, que desempeñó un papel protagónico en la revolución de 1789, y el pensamiento o los enfoques sistémicos de los años 1960s y 1970s. Esto se aprecia mejor alrededor de discusiones, afortunadamente hoy superadas, acerca de las distinciones, características y relaciones entre interdisciplinariedad, transdisciplinariedad y multidisciplinariedad.

Lo quiero decir, al fin de cuentas, es que los problemas que afronta el mundo actualmente son de tal envergadura que no pueden ser resueltos con la ayuda de una única ciencia o disciplina. Hoy es más cierto que nunca: ante el cuello de botella en el que nos encontramos, o nos salvamos todos o no se salva nadie. Si se llenan de contenidos geográficos, políticos, antropológicos, lógicos y otros, estas ideas, se vuelven particularmente sugestivas.

-Según su punto de vista, ¿la medicina occidental es científica? ¿Por qué?


La historia de la medicina occidental es conocida. Filosóficamente se articula en dos momentos desiguales en tiempo e importancia. De un lado, basado en los principios hipocráticos, la medicina debía curar. De otra parte, en la segunda mitad del siglo XX, la medicina debe –ante todo- prevenir, y luego también, desde luego, curar.

De otra parte, la historia de la práctica de la medicina ha sido bien estudiada. Esta comprende cuatro momentos principales, así: a) la clínica francesa; b) la medicina de laboratorio; c) el enfoque bio-psico-social (que es pensamiento sistémico de los años 1960s), y d) la biomedicina.

De esta forma la medicina occidental es, ha sido, científica. Ha logrado avances maravillosos, desde Vesalius y Loewenhoeck, hasta Fleming, desde Pasteur, hasta la genómica y, previsiblemente, la proteómica. Como sostiene con razón J. De Rosnay, hemos ganado una vida extra, en el sentido literal, digo, de que por primera vez en la humanidad conviven bajo un mismo techo cuatro generaciones. No solamente hemos ganado en esperanzas de vida, sino también en expectativas de vida.

Ahora bien, desde luego que la medicina no ha estado sola en estas conquistas. Y también es cierto que la medicina no ha sido tampoco, de otra parte, ajena a la medicalización del cuerpo humano, y que ha jugado en algunos momentos y lugares un lugar poco decoroso, como lo han puesto de manifiesto lecturas distintas que van desde Foucault hasta I. Illitch, o hasta la antisiquiatría.

Me gusta inscribir en este contexto una idea de C. Levy-Strauss en un texto que se llama El pensamiento salvaje (La pensée sauvage): no existe absolutamente ningún criterio interno, intrínseco que permita distinguir al médico del tegua o el chamán. Las diferencias son esencialmente operativas en el sentido de que lo verdaderamente significativo es el resultado que arroja uno u otro.

Dicho en un lenguaje más amplio, se trata del hecho de que la medicina occidental es científica y su última y más reciente expresión es la biomedicina. El modelo de ciencia que asume implícita o abiertamente la práctica y la investigación en medicina es la ciencia tradicional y clásica: la de Platón-Aristóteles, en un caso, y luego el modelo cartesiano-newtoniano. En este sentido, la medicina ha sido tradicionalmente un ejercicio de poder. ¡Piénsese en el carácter vertical y jerárquico que tiene la medicina! Usando el lenguaje de cartas: Profesor mata estudiante; médico residente 4 mata residente 2, y residente 1 mata estudiante de pregrado. Esta estructura jerárquica y centralizada de poder es literal, y el desacato a la misma implicar para un estudiante o médico en formación su muerte profesional.

Ello se traduce en el hecho clásico, y que tiene a desaparecer, según el cual el médico impone su saber sobre el paciente, y el paciente (recientemente se prefiere la expresión cliente” que, se afirma, implica incluso mayores derechos que los del mero paciente) sólo pone su cuerpo.

Un protocolo no se discute, se cumple. Cuando los pacientes asisten a un tratamiento y antes del mismo –en examen de laboratorio clínico o en análisis con especialista, en hospitalización o en cirugía, por ejemplo- se les hace firmar lo que supuestamente es el consentimiento informado, es, en realidad, lo que en derecho se llama un “contrato por adhesión”. Es decir, se cumple o se cumple. O no se tiene el derecho al examen, y demás, según el caso.

Presuntamente la bioética ha llegado para asistir al paciente y horizontalizar más las relaciones entre médico y paciente, o entre institución prestadora de salud y sociedad. Pero no deja de ser elocuente la sospecha que la industria farmacéutica tiene hacia la bioética. Yo me he ocupado en otros lugares de estos temas.

Lo que quiero mencionar es que la medicina asiste a un fenómeno de complejización de la misma. Con seguridad, esta complejización tiene que ver con el hecho de que al lado de la medicina científica ha llegado el descubrimiento, el uso y la ampliación a la sociedad, además, tanto de medicinas no tradicionales, como de medicinas alternativas.

El falso dilema entre medicina homeopática y alopática, así como entre medicina científica y no científica se hace cada vez difuso y problemática. La sociedad está aprendiendo que la coexistencia, la complementariedad, digamos, entre los tres tipos principales de medicina hoy por hoy –la científica, la no tradicional y la alternativa- sólo puede traducirse en un mayor respeto por el paciente, y en mejores condiciones de vida con calidad y dignidad crecientes.

En términos de complejidad, podemos decir que hemos comenzado a aprender que la salud es un concepto disipativo a la manera como I. Prigogine nos ensaña acerca de las estructuras disipativas (en contraposición con las estructuras conservativas), y que la no existen dos cosas: salud y enfermedad, sino un continuo vago: salud-enfermedad.

La salud es un fenómeno que comienza en algún lugar antes del ser humano, que atraviesa al ser humano y que termina en algún lugar después del ser humano. Así, asistimos, en realidad, a la desantropomorfización de la medicina. Es decir, ella ya no es una disciplina, ciencia o práctica que forme parte, en sentido laxo, de las ciencias sociales y humanas. También el planeta enferma y sana, y la naturaleza misma es este continuo vago mencionado.

Con toda seguridad, cualquier batalla contra la naturaleza la perderá, irremisiblemente, el ser humano. Las medicinas alternativas y no tradicionales han llegado para sacar a la medicina científica de su autismo, y ellas a su vez pueden aprender de algunos avances importantes de la medicina científica.

-¿Qué necesita América Latina para avanzar científica y tecnológicamente?

M. Cereijido lo dice de una manera hermosa: América Latina no ha producido ciencia, sino científicos; y tampoco ha producido tecnología, sólo tecnólogos. Nuestras universidades cuentan a sus estudiantes máximo como cohortes, punto.

De otra parte, en los currículos de ciencia y tecnología no existe prácticamente ningún capítulo serio, por decir lo menos, acerca de la ciencia y la tecnología en América Latina. Y esto incluye a la ciencia y la tecnología precolombinas, tanto como las de la Conquista hasta nuestros días.

La conquista española primero, y luego la dependencia excesiva hacia los Estados Unidos nos robaron nuestra propia historia, un fenómeno sobe el cual J. Goody, de la Universidad de Cambridge ha llamado lúcidamente la atención.

Debemos poder avanzar con una mirada hacia el pasado tanto como hacia el presente y el futuro. Y entonces podremos avanzar científica y tecnológicamente. Indudablemente, para que América Latina pueda avanzar en ciencia y tecnología se requiere, en primer lugar, que las élites dirigentes, los gobiernos y los Estados tengan confianza en su gente, como en ellos mismos. La formación de capital social, capital humano y capital intelectual es la gran fortaleza de las sociedades y los países hoy y hacia futuro. Ello implica políticas agresivas e inteligentes de promoción y fortalecimiento de las Universidades, grupos de investigación y publicaciones prestigiosas.

Ciertamente que todo ello pasa por políticas fiscales que permitan reconocer que el conocimiento es una política social transversal. El caso de Brasil es bastante ilustrativo. Brasil se propuso hace varios lustros una política de Estado en este sentido y lo está logrando. Incluso Brasil se encuentra realizando negociaciones-país con Europa, Estados Unidos y Japón para que su propio sistema de ciencia y tecnología sea reconocido dentro de los indicadores mundiales de cienciometría. Los gobiernos de los demás países de América Latina deben poder aprender estas experiencias de Brasil.

Actualmente, en el Ranking de Shanghai de las 500 mejores universidades se encuentran 10 de América Latina, así: una de México, una de Argentina, dos de Chile y seis de Brasil. En el índice de Scimago se puede apreciar la dinámica, por países y por áreas de conocimiento. Pues bien, yo creo que estos no son referentes únicamente para los gobiernos, sino también para las universidades y para los propios investigadores.

La sociedad del futuro es, manifiestamente la sociedad del conocimiento basada en la economía del conocimiento. Sólo que el futuro ya ha comenzado. Mientras nuestros países no modifiquen el modelo económico y social tradicional –por ejemplo de sustitución de importaciones; o de exportación de materias primas, y demás-, quedaremos rezagados, una vez más.

Personalmente soy optimista con América Latina, aunque el camino ni es fácil ni automático. Un elemento adicional consiste en el intercambio de profesores y estudiantes también entre nosotros. Tenemos mucho que aprender unos de otros.

-¿Cuáles son los principales obstáculos para eso?

En complejidad no tenemos una sola respuesta; tenemos una serie –no-lineal- de respuestas. Aunque no me gusta esa expresión, digamos, que la solución es sistémica.

En este sentido, los obstáculos principales son: la excesiva dependencia de nuestros países hacia el gobierno de los Estados Unidos, que ha sido la historia tradicional nuestra. Creo que mientras conservamos buenas relaciones con los E.U., debemos también mirar, adicionalmente, hacia otras regiones. Brasil entre nosotros, Europa, los países árabes, la comunidad de países del pacífico, la China, India y Rusia, notablemente.

Asimismo, la inequidad es un obstáculo enorme para el buen desarrollo de nuestras universidades y, por tanto, del conjunto de la sociedad. De manera notable, recursos fundamentales para el buen desarrollo del conocimiento no pueden ser suntuarios: libros, música, computadores, servicios informáticos, y demás. En la mayoría de nuestros países se trata de objetos con precios desorbitantes y que por tanto permanecen como accesibles tan sólo para los más favorecidos. Esto tiene que cambiar. El conocimiento no puede ni debe ser ya un objeto de lujo. Mientras esto no cambie, la base de la sociedad quedará aislada de las dinámicas del conocimiento en el mundo.

Un aspecto puntual y delicado es el bilingüismo. Una de las desventajas de nuestros países son los tamaños de nuestras geografías, y el monolito que representa el español. Para bien o para mal la ciencia se hace hoy por hoy en inglés. El español ha ganado mucho terreno en varias áreas, pero en materia de ciencia y tecnología en general predomina el inglés. Pues bien, la formación de bilingüismo es determinante en este sentido.

Permítame una observación breve en este punto. ¿Cómo fue que el inglés se convirtió en la lingua franca de la ciencia y la tecnología? Todo sucedió en el curso del siglo XVII y XVIII. Una vez que el latín hubo muerto como lingua franca y que los lenguajes vernáculos estaban en su auge, con todo y la historia que pasa por Lutero, la Reforma y la publicación de la Biblia en lenguas vernáculas, la Academia Prusiana de Ciencias se reunió con la Academia Francesa de Ciencias y para evitar un desacuerdo histórico entre ambas culturas acordaron que en lo sucesivo el inglés sería la lengua que reemplazaría al latín.

-¿Qué les falta a nuestras universidades?

La fuerza de nuestras universidades es la misma fuerza de nuestros pueblos y sociedades: la juventud. H. Arendt, en otro contexto, sostenía con razón que el fenómeno político por excelencia es el nacimiento. Pues bien, nuestros países son jóvenes, demográficamente hablando.

Lo propio del joven estriba en que se siente llamado a transformar el mundo. Sueña, desafía, reta, quiere, actúa. Los mayores, por el contrario, han aprendido la paciencia, la responsabilidad, y algunos incluso, para desastre de la sociedad, han aprendido la desesperanza.

Existe un fenómeno elocuente en la vida universitaria a nivel mundial. Se trata del límite de edad para aplicar a una beca de maestría o a una beca de doctorado, como casos más conspicuos. La razón, creo yo, es que el joven tiene aún la capacidad de retar, desafiar, proponer, para no decir aprender. El adulto mayor, digamos, ya tiene responsabilidades familiares, sociales, fiscales y otras, y eso lo ata en cierto modo y le impide la alegría de saber, la Gaya Ciencia, digamos, de que hablaba en otro contexto F. Nietzsche.

Pues bien, lo que quiero decir es que al mismo tiempo que debemos formar jóvenes en el mayor rigor de la ciencia y con pasión por el conocimiento y la investigación debemos poder confiar en ellos. El joven debe aprender de la experiencia de los mayores, y en contextos de ciencia y tecnología, el fundamento de las relaciones entre jóvenes y mayores es el respeto recíproco por el conocimiento.

Nuestras universidades requieren fortalecerse hacia el interior a la vez que construyen puentes sólidos con la sociedad civil, con el sector privado y el sector público. Pero es absolutamente fundamental que la parte administrativa no se superponga a la académica. En las grandes universidades del mundo nadie les dice a los académicos lo que tienen que hacer o no. Entre nosotros la parte administrativa tiene una importancia grande sobre el sector académico y por tanto investigativo.