miércoles, 21 de octubre de 2009

NUEVAS DEMOCRACIAS, VIEJAS DISCRIMINACIONES

Hugo Estrella
En nuestros pobres países latinoamericanos, las libertades y los grandes cambios nunca parecen llegar del todo.

Sin embargo, esta época posterior a la Guerra Fría puede y debe ser aún, una de esperanzas. Ya no importa tanto (casi nada) de qué lado del mapa ideológico nos pongamos (o nos pongan los que deciden), sino que resulta mas importante ver si somos capaces de adaptarnos a comerciar vendiendo lo que el mundo quiere comprar, en la forma que lo quiere comprar, a los plazos que lo quiera pagar y al precio que tenga a bien ponerle.

Por otra parte, ya no queda nada bien eso de andar comerciando con republiquetas en las que se respeta poco y nada la voluntad popular o los derechos humanos. Y esto último, a pesar de tanta hipocresía, es un gran cambio, una modificación en serio y esperemos que también sea duradera.



¿VOLVER A EMPEZAR?

Hace casi doscientos años, nuestros países nacieron a la Libertad en una época bastante similar en algunos aspectos. La Gran Revolución Francesa había cuestionado toda una manera de ejercer el poder y de legitimar el acceso al mismo, lo que de una manera mas temperada habían hecho unos años antes los norteamericanos, claro que a su manera: con gran practicidad y poca ideología.

Nuestros padres fundadores, en cambio, se embebían de la riqueza dialéctica y filosófica de los Republicanos de Francia, quienes apuntaban (y acertaban) a la cabeza misma de la asfixia autoritaria: Rey y Religión. Rey y Religión, la Cruz y la Espada que fueron el emblema de la voracidad hispana en América; la Santa inquisición al servicio de la explotación del indio y la naturaleza (mal que le pese a los revisionistas de la “ternura pastoral”). La Santa Alianza era la reacción monárquica y clerical contra el espíritu revolucionario que prendió fuerte en América del Sur. Además, una nueva fuerza económica nacía, y se hacía mas patente la insatisfacción, la violencia y la injusticia del monopolio comercial de España en sus colonias. La Libertad del Pueblo vino de la mano de la libertad de comercio, y la Igualdad de los ciudadanos, vino junto a la igualdad de las naciones independientemente de las bendiciones o condenas celestiales de que gozaran. El mundo pasó a ser multipolar, mas centrado en la riqueza que las naciones pudieran desarrollar que en la adhesión a monarcas cuya cabeza peligraba. Y la pertenencia a naciones con mayores libertades en sus pueblos e instituciones era recomendable para incorporarse a ese nuevo mundo humano, político y económico.

Los padres de nuestras nacionalidades no fueron la excepción a esta tendencia libertaria: su sentido fundacional estaba basado en las lecturas de los revolucionarios europeos, prohibidas y condenadas en estas latitudes; su acción emancipadora condenada por bulas papales. Los sentimientos religiosos que los inspiraban eran de amplitud, de ruptura con lo establecido, de un vago Deísmo cuando no declarado ateísmo. Oponerse a la Santa religión y a Su Majestad era claramente lo mismo. Todos o casi, eran masones, organización perseguida y condenada por la Iglesia Católica. San Martín, Protector del Perú, se marchó de Lima con sólo dos posesiones, aquellas que patentizaban la ignominia colonial: el estandarte de Pizarro y el tintero de la Inquisición. Y dejó una biblioteca, elemento maldito si los había por entonces -y hoy el fervor revolucionario se expresaba en la abolición de la esclavitud, la quema de los elementos de tortura, la proclamación y consagración legal de todas las libertades.

Casi doscientos años después estamos enfrentando similares circunstancias: la pesadilla de las tiranías parece condenada al pasado, la vigencia de las instituciones democráticas y la tutela de los Derechos Humanos son hoy práctica o anhelo casi unánime en la Región.



LAS LIBERTADES QUE PERDIMOS PARA SER “LIBRES”



Hay instituciones que tradicionalmente han participado en alianza para conculcar las libertades y sancionar regímenes autoritarios. En la época de la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia Católica fue la aliada número uno de las potencias fascistas: empezaron con Mussolini en Italia, a quien le arrancaron a cambio ese mamarracho pseudo-estatal que es el Vaticano y la enseñanza religiosa en las escuelas, mientras miraban hacia otro lado cuando se aplicaba la persecución política y racial. Lo mismo poco después en la Guerra Civil Española, con su millón de muertos y la desaparición de su democracia en aras de un “Caudillo de España por la Gracia de Dios”, o las cordiales relaciones con Hitler y el Concordato, cuando entregaron, como hoy, Austria y las libertades a cambio de poder político y económico. Obra de Pío XII, por quien hoy andan pidiendo medias disculpas.

En nuestras latitudes, el mismo tipo de alianza se consolidó en la lucha contra el comunismo, entendido éste último, como bien lo expresara la Pilarica Franco, “todos esos que no piensan como nosotros”.

Como en la Conquista, Iglesia y Ejércitos fueron los representantes mas acabados de la avanzada del mundo de la “Libertad”, que iba a defendernos de los rojos que pretendían arrebatárnosla. Dejamos así, en aras de la Libertad (de comercio para monopolios extranjeros y grandes capitales locales) la libertad de reunión, de expresión, de elegir nuestros gobernantes, de circular libremente, de secreto en nuestra correspondencia, y de conciencia. Era peligroso pensar de manera diferente a la canonizada por el poder. Y el poder se encargaba de repartir las correspondientes inmunizaciones ideológicas en la lucha contra el monstruo rojo. Desde la niñez, especialmente desde la escuela, y que mejor manera que combatir al materialismo ateo y foráneo, que imponiendo la enseñanza de la Santa Religión en las escuelas. Organizar grandes paradas de demostración de fe pública, poner bajo la advocación de virgencitas o santitos hasta la última piedra movida por el esfuerzo público. De ahí a considerar al que no pensaba o profesaba similares convicciones como un ser “potencialmente peligroso”, subversivo o directamente un enemigo de la Patria, entidad Sacra, no había sino un paso. Y eso equivalía a la deshumanización del disidente, y cuando el enemigo no es humano, no goza de trato humano, ni de derechos, y su supresión es algo necesario y meritorio. Así nuestro curas argentinos bendijeron a quienes tiraban a presos indefensos desde aviones al mar, o desde confesiones supuestamente secretas, partían denuncias que acababan en la desaparición de los confesados. Y nunca, jamás, se alzó la voz institucional de la Iglesia en defensa de los oprimidos. Hubo honrosas y honradas excepciones a nivel individual, que es justo reconocer: Silva Enríquez en Chile, claro que años después del Golpe que fue bendecido oficialmente, y Romero en Centroamérica, como algún que otro sacerdote de honrada conciencia aquí o allá. Pero la política vaticana fue muy clara, y el sustrato ideológico era decididamente militante.

Grandes esperanzas se abrieron con el advenimiento de las democracias en los 80, pero ellas fueron débiles y condicionadas, porque recién en el 89/90 con la desaparición de la confrontación Este-Oeste, la cosa empezó a permitir pensar en otros términos. Esas primeras democracias transicionales, débiles y amenazadas, dejaron sin embargo un legado muy difícil de borrar: la fresca memoria del horror de las dictaduras hizo que se sumaran a las naciones que ratificaron los Tratados y Pactos Internacionales de salvaguarda de los Derechos Humanos, fundamentalmente el de San José de Costa Rica, el Pacto de Derechos, Económicos Sociales y Culturales, la Convención sobre los Derechos del Niño, contra la Tortura, de Eliminación de toda forma de Discriminación Religiosa, de eliminación de toda discriminación contra la Mujer, etc..



AHORA LA VIGENCIA DEBE RECLAMARSE

Muchas han sido las vicisitudes que ocurrieron después de estas modificaciones a nuestras leyes de fondo. Sin embargo se siguió avanzando lentamente en la consolidación de estos valores. La formación de nuevos bloques económicos incluyó, como en el caso del MERCOSUR, la introducción de cláusulas democráticas en su articulado: ningún país miembro que abandone la forma democrática de gobierno, podrá seguir formando parte del Bloque. Y este es ya un freno poderoso. La Democracia puede no ser perfecta, pero ninguna dictadura es virtuosa. Y esas cláusulas permitieron, por ejemplo, la rápida solución a la crisis institucional de Paraguay el año antepasado, o la presión del conjunto de las naciones americanas que demolió en poco tiempo las pretensiones de perennidad del prófugo ex mandatario peruano.

Todo bien en términos de macro política, ahora, ¿qué ocurre en la vida cotidiana de la gente común, de cada uno de nosotros?. ¿Están esos derechos tan protegidos, efectivamente en vigencia?. No sería tan optimista como para decir que sí. El tiempo ha pasado, y las relaciones de la Iglesia autoritaria con los regímenes autoritarios se fueron dejando en segundo plano. Su historia de asociación con toda discriminación y violencia ha sido disimulada en virtud de las buenas intenciones de quienes hicieron la “opción por los pobres”. Castigados por la jerarquía, siguen siendo un justificativo para darle prestigio a la religión. Y el prestigio implica que quien tiene exposición pública, intente aprovecharlo. La política dejó de ser una actividad heroica, para ser una cuestión mas administrativa. Y con ejércitos desprestigiados y políticos incapaces de encontrar solución a las grandes aspiraciones de los pueblos, la Iglesia se recicló y brinda cierto barniz de respeto. Que es, lógicamente, negociado por concesiones de poder: campañas contra el derecho de la mujer y la despenalización del aborto; contra la igualdad de los homosexuales, persistencia de la imposición de visiones religiosas desde la escuela pública, a la vez de subsidiar con dinero del Estado las escuelas católicas; subvención permanente a la actividad religiosa, sumisión al Diktat de las jerarquías, son nuevamente moneda corriente. Y esto viola lisa y llanamente los derechos de todos quienes no somos, no seremos ni queremos ser católicos, ni vivir como católicos en países en que somos ciudadanos plenos. Esto significa que pagamos nuestros impuestos, ejercemos nuestro derecho a la participación política, contribuimos laboral y profesionalmente al mejoramiento de la calidad de vida de nuestras naciones y tenemos y exigimos el derecho a ser distintos a los demás. A vivir nuestras creencias, nuestros cuerpos y nuestros afectos de la forma que nos plazca, sin por ello ser menos que los demás ni ciudadanos de segunda categoría. Y los jueces que imparten sus fallos desde decorados con imágenes religiosas, los Presidentes que van de la peregrinación al Te Deum con los sueldos que les pagamos los ciudadanos de toda creencia o falta de ella deberían recordarlo. Por más que socialmente no les convenga, o vaya contra lo que les enseñaron de chiquitos en liceos o colegios parroquiales, es el precio de vivir en una sociedad moderna, abierta y democrática. De todos, no de sus dirigentes, que ganarían mucho viéndolo desde el punto de vista del oprimido, del indio, de la mujer, de aquel o aquella a quien los más repudian o desprecian, pero que es un Sujeto de Derechos, un Ser Humano que aspira a ser respetado. Porque en otro tiempo o circunstancia ellos podrían ser los castigados por la fortuna o el prejuicio.

El actual Primer Ministro de Perú y ex Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar ha realizado hace poco un trabajo importantísimo en materia de protección y promoción de la Diversidad Cultural. Recorrió el mundo presentándolo y promoviendo su vigencia. Prominentes humanistas de diversos países lo acompañaron en esa labor, desde la etapa preparatoria del trabajo hasta su difusión. Esperamos con alegría que su retorno a la vida política activa en una nación tan importante y querida como Perú se traduzca en su vigencia en toda la región. Contará con nuestro apoyo y compromiso, como en toda iniciativa libertaria. Por ello los humanistas somos de esas minorías que no han tenido que pedirle perdón al mundo por complicidad con dictaduras o discriminaciones. Las sufrimos y las combatimos sin pedir que nadie abandone por ello sus propias convicciones. La diferencia nos enriquece y estimula. Y nos hace pervivir como raza humana.


*Director ejecutivo de la Asociación Humanista Etica Argentina "Deodoro Roca".

No hay comentarios:

Publicar un comentario