miércoles, 21 de octubre de 2009

ENSAYO SOBRE LA RAZÓN

José REPISO MOYANO*





1. LA RAZÓN: UNA PROPORCIONALIDAD DE CONCIENCIA



Algunos creen que la razón es un planeta al que hay que visitar todos los días o al que de vez en cuando –por modas- se deja de visitar. No, la razón es una propiedad, una condición humana que aumenta bien con unos conocimientos o bien con otros, o sea, con conocimientos diversos: por el mito, por la admiración, por la religión, por el rito, por la costumbre, por el arte, etc. Puesto que el pensamiento se hace de la experiencia o del aprendizaje que conlleva conocimiento, puesto que el conocimiento ha de recibirse del medio –no de la nada-, puesto que el medio existe al ser el sustento por el cual se actúa, se interacciona, se comunica su naturaleza.



No, la razón no es una opción, sino que “ya está” en una proporción mínima y, a partir de ahí, cada cual evita o disimula o, por el contrario, se abre para “producir” un mejor producto –resultado- sobre ella, en calidad. Considérese esto, en cuanto el ser humano piensa ya razona, en cuanto conoce algo también, en cuanto no quiere conocer ése algo en concreto también porque se dispondrá o procederá a otro conocimiento, otro inevitable conocimiento, aunque prescinda de una mejor calidad.

Así, cualquier conocimiento, cualquiera, siéndolo arrastra o contiene una dosis de racionalidad; bien, el que el mito pueda enseñar por ejemplo. Pero, por siempre, el mito es racional de base porque sencillamente los elementos por los cuales se enraíza –o se enraizó- son racionales (el descubrir la causa de algo ya hecho o creado, la veneración o protección de ese hecho o el temor o sufrimiento a perderlo). Lo que ocurre, siquiera, es que ciertos conocimientos se dirigen –en cuanto se cohesionan para “aunar” más realidad- hacia el reconocimiento de lo que actúa –es realidad- sólo de una forma en determinadas circunstancias; como ejemplos: el respirar, el comer, la evaporación, la deshidratación, etc. Sí, con esto –con tal disposición- se consigue una razón mayor, un mejor conocimiento consciente de la realidad, una objetividad.

De entre los conceptos, un concepto subjetivo, desde luego, no es lo mismo que otro concepto subjetivo –ni con el que se le parece- desde otra parte del mundo, sólo –por discernimiento- es un concepto subjetivo. A ver, ilusión no es lo mismo que sueño, por cuanto son dos conceptos subjetivos o usados por la libertad de tal o cual ser humano, pero los dos derivan de una objetividad o hecho común –que se proporciona desde un hecho-, los dos se producen por la esperanza, por la “acción de la esperanza” –en China, en Madagascar o en Filipinas-. Claro, digamos que de la "acción" de quienes esperan, de tal capacidad, unos prefieren llamarle sueño, otros ilusión u otros quimera a medida que sus circunstancias quedan determinadas de una muy personal predisposición o forma – derecho tienen sus sentimientos a que la busquen, ¿cómo no?-.

En cambio, otro asunto es que un chino se dirija a su médico para que le ampute un dedo gangrenado y le hable de la cabeza; he ahí que sólo sirve, sólo lo discierne, un concepto universal –a través de una palabra u otra, ya que se trata de un "contenido" identificativo-: el que contiene la realidad que significa un dedo, no una cabeza, no una serpiente voladora. He ahí que la razón corresponde a que, en verdad, sea utilizada por comprender o conocer la realidad; y no elige ella, sino que es elegida ante todo.

Para cualquier ser humano del mundo el concepto de “frontera” propende a un sobreentendido cuando, al menos, se alude en un contexto físico; en realidad un concepto objetivo es un sobreentendido –como son los conceptos instintivos-. El mar lo es, todos saben que es una acumulación de agua y que existe para… todos –al margen de lo que se le añada de connotaciones o de sugerencias que, en “suma”, también son necesarias-.

Desde eso, el racionalismo filosófico que se constató en el siglo XVII no descubrió la razón, sino que se “desembarazó” de un prejuicio establecido en torno a ella, de ése que insistía e insistía en concebir que cualquier conocimiento contenía el mismo grado o nivel de racionalidad, es decir, desinhibiéndose del geocentrismo imperante en tanto que no consintió todos los métodos como válidos –el todo vale- y, así, se avino a un discurso más racional, a una argumentación que eficazmente dio el primer paso –después del oscurantismo medieval- para desligar la filosofía y la ciencia de la metafísica teológica.

Cuando se habla de “idealismo” o cuando se defiende, no, no se exime del pensamiento o del análisis racional ya que la idea, eso, es una proyección del concepto –bien, a veces para verificar otro concepto-, sino que no quiere o prefiere no desligarse del subjetivismo por cuanto también interviene en la realidad social e individual; pero mezcla o “une” o elige confundir los conocimientos por una conformación kantiana o trascendental con las riendas del todo –de los conocimientos no discernidos- sin más pues, para que no sobre nada, mejor esa mezcolanza y que… salga lo que salga, lo que Dios quiera.

La razón, por supuesto, no reivindica: únicamente se reconoce con unos conocimientos y, tras ellos, con una conciencia conseguida al cohesionarlos –que es otro tipo de conocimientos-. A veces no se reconoce porque no se llega a un resultado consciente; como es el caso de Schopenhauer cuando propugna que no hay razón de ser de la voluntad y, de inmediato, concluye que sólo quiere repetirse. ¡Ah!, pues entonces ahí está una razón, una: precisamente la de querer repetirse.

La primera falta de reconocimiento empieza en que la voluntad sólo es una “ansiedad de conocimiento” –o por aplicarlo- y, si lo es, implica el ansia misma de la razón o del pensamiento en su devenir. En otras palabras, ansía el pensamiento –no la Luna-, lo que se tiene, no lo que no se tiene y, en efecto, todos los tipos de conocimiento inevitables. Por ello, es una trampa el uso partidario de la voluntad para hacer de ella una exclusión de su atribuido sujeto que la ejerce o un juego sin salida, pues la voluntad no la posee sino un ser, un ser con conocimientos que para seguir inevitablemente conservándolos o aumentándolos necesita voluntad. Es decir, tampoco es opcional la voluntad, no lo es, pero sí cuantitativamente o el incentivo personal que se le da para que aumente. ¡Ah!, pero para que aumente se requiere una conciencia de que así se desea, se requiere una conciencia o unos criterios madurados porque por ellos se oriente la voluntad hacia donde sea –considerando que la voluntad no existe sin orientación, sin orientación racional-.

Schopenhauer, además, sitúa a la voluntad en un proceso únicamente azaroso, como si estuviese existiendo con una establecida independencia con respecto al ser humano -o algo "metareal" por encima de él mismo-.







2. RAZÓN Y CONCIENCIA



El ser, el “algo existencial”, la forma material (1), el ente real (2) sólo puede –por existir- actuar; pero no actúa indistintamente, igual a todo lo que es real, sino actúa de una manera porque el ser y los seres, el acto y los actos, existan. No actúan, pues, los seres indistintos a través de una monoacción, por cuanto actúan en diferentes circunstancias e interacciones o, lo que es lo mismo, se remiten a la multiacción, a la condición que cada cual presenta ante unos principios del movimiento (quinesionomía). Es decir, el que actúa, el “actuador” situado obligatoriamente en el espacio y en un contexto interactivo –no en la nada- lo hace a o de una manera interactiva, de una “forma”. Por eso la razón respeta –no impone- que existe un “actuador” para que se haga la acción –el movimiento- y un modo de hacerlo –no pasivamente, no quieto-.



La razón no la ha inventado el ser humano ni la naturaleza sin son –puesto que sería negarle a ella su acción y sus condiciones-, por el objeto de que reconoce –inherencia inevitable al existir- que está lo que actúa y lo que consigue, lo que produce o, en efecto, hace al actuar de un modo –con una “forma”-. La razón la posee todo ya al existir –por ser actividad conlleva una conformación de actividad-, lo que un ser puede o no puede alcanzar es la conciencia de razón y más optará por no lograrla si ha alimentado una sublimación –algo anexo a la razón-, un narcisismo excesivo de la emoción que se encamina al desprecio –no reconocimiento- de su propia naturaleza.

Un ser humano “sabe” que “es” la naturaleza y que se suma como un ser vivo dentro de ella; sin embargo, luego con la emocionalidad de sí, por su cultura que extiende, con su condición o su “forma” va imponiendo una uniformidad que él se cree –se sugestiona negando-. Entonces se urde antropocéntrico, considerando que la razón gira en torno a él pudiéndola manipular como quiera, considerando que él sólo ha determinado la razón, que la puede así utilizar en pos de su emocionalidad antrópica y, además, que la puede engañar, que la puede… destruir.

Su voluntad emocional le insta a separarse de la naturaleza como “yo” especial, poderoso a medida que niega, riéndose con el “todo vale”, escupiendo a su medio a veces con la frivolidad más deforme o descabellada, más incoherente. Pues elogiará, amoldará y apuñalará a la razón porque entiende emocionalmente que es suya, ¡suya!, no de la naturaleza, ¡suya!, como un dios omnipotente por encima de todo, de lo más grande y de las tinieblas. Pero no reconoce conforme su emocionalidad niega, en tanto que habla del “yo” y, más lejos, la naturaleza a rastras, a sus pies deseada suplicante a lo que su corazoncito endiosado pisa, impone para sí, antepone, enciega con pasotismo y, si no, decide la ira temiblemente, morbosamente emocionada con sus armas.

A veces cuando habla del ser se sitúa él y todo lo que no es él, el Ser y el Universo, Él y el Universo, cara a cara, frente a frente y la razón en su afán la adapta a eso, luego como bocazas gritará: “¡La realidad no la percibo (pues su emocionalidad se impone), yo he creado una nueva realidad!”.

Empero la realidad –con toda la razón de serlo- lo ha permitido a él, sólo ella ha actuado para que sea, sólo ella “quiere” que eso diga, que se tranquilice y reconozca –al fin- que ella lo ha ofrecido, lo ha “parido”.

No obstante, el “hijo” con aires de grandeza desea inventarse un tratado sobre él y lo que él crea, apegado a su emocionalidad inquisidora, reprochando que no la percibe, no, sino que él –Él- posee la suya, una venida de ninguna existencia ajena a él, como trascendida de su centro o nada, de su propia mentira.

Comoquiera que un tonto se sobrealimente, la realidad únicamente pare realidad –es la razón- y cada una de las células o sus interacciones reciben realidad y, por ello, conocen realidad porque, cuando reaccionen, su expresión física y natural sean –sin remedio- realidad.

La razón no la depara un “más allá”, un talante de un soplamocos, una emoción loca de un sí y un no al mismo tiempo, de un vaso medio lleno o medio loco, de un seudofilósofo borracho u onanista del ser o de su poesía excrementada: no es más que el reconocer que se vive –aunque se niegue- realidad, que se dice –aunque se niegue- realidad.

El ser –algo que actúa-, cualquier ser, no supone menos ser que el ser humano, y corresponde a la realidad, a lo que existe real (3) en un contexto real. Ahora bien, la realidad tiene –porque sucede con razón- sus condiciones, sus “posibilidades” en ese contexto en concreto; es decir, se atiene a unos principios, a unos “universales” con respecto a unas u otras circunstancias: es realidad que se ordena “con” los recursos por los cuales puede ordenarse. Y esos recursos han de existir porque se ordena, porque sea.

Un universal no se restringe al mismo hecho, a la sustancia, al ser, sino a la “capacidad” real de lo que puede hacer; por lo tanto no es cierto lo que defendía Ockham (“Que el universal no es sustancia existente fuera del alma”), sino un universal guarda su equivalencia con las “posibilidades reales” a las que se encuentra condicionado un ser. Por ejemplo, no es sólo un universal el movimiento, sino una capacidad concreta y determinada –debido a unas condiciones- por ser más o menos movimiento. Son universales las “cualidades” de los elementos, la razón de ellos por expresar el movimiento (la susceptibilidad al calor, a la interacción con otros elementos, etc.).

Una sustancia es lo que comporta una realidad y el desencadenante de una realidad. El ser humano es una sustancia (universal), puesto que comporta una realidad; aunque lo demás, las otras formas desencadenantes de su realidad también son sustancias con la consideración de que, una sustancia, de hecho, establece una forma de actuar, una distinción y, por ende, una analogía con respecto a otras con una proporción en condiciones semejantes. Por ejemplo, en “El perro es un animal”, el perro no es sustancia por ser animal solo sino, por entre otras condiciones, por ser animal. El perro no tiene la única, la aislada, condición de ser animal; más bien, por ser animal, al serlo, presenta una condición imprescindible que es la de ser animal.

Por lógica es incierto que perro = animal, como es incierto que máquina = energía, como es incierto que signo = expresión; entremedias hay, se desenvuelven, diversas condiciones para que el perro, la máquina o el signo “sean” un animal, una energía o una expresión respectivamente.

Lo que pasa es que el ser humano es emocional, dado a las reducciones y a las sublimaciones. No, no es que pida un coeficiente intelectual por encima de doscientos, sino que, con menos, por un niño –mediante la enseñanza- se debería avanzar respetando lo que nos rodea o lo que nos conforma y nunca contra natura. Si se enseña por sistema a desarrollar –anejos- unos conocimientos retorcidos –por mi parte rechazaría tal educación-, entonces, de inmediato un niño podría identificar o aplicar un método de entendimiento así: energía = expresión = animal, adecuado a que la energía expresa un animal, al lado de energía = animal = expresión, adecuado a que es energía un animal que se expresa o es la energía un animal que se expresa, al lado de expresión = animal = energía, adecuado a que la expresión es un animal o un animal energético.

Las reducciones o paralogismos que en algunos científicos y pensadores he advertido conducen a un menosprecio por lo más sencillo a favor de emociones cada vez más arriesgadas.

Y es que, encima, la moda es lo que anteponen los medios de comunicación a cualquiera que no, que no está a la moda de negocios o seudorazones.





NOTAS

(1) Duns Scoto (o Escoto) pensó que la materia puede existir sin la “forma”, que ésta la da la razón; algo imposible, por cuanto la materia ha de tener una actuación –al ser movimiento-, una manera, una forma de actuar.

(2) Siendo el “ente” (o “étant”) una noción del entendimiento, a veces subliminalmente de lo que no existe, cuando se une a “real” se trata del ser, de lo que existe, de lo óntico real.

(3) Lo que existe es real, posee realidad –actividad- de existencia; en cambio, “existe” la inexistencia como delimitación, no porque exista “realmente”, sino para reconocer que lo que no es real no existe, es “inexistente”.





3. LA VOLUNTAD RACIONAL O REALISTA



Nosotros, los seres humanos no pertenecemos a la historia en un sentido efectual (1), en un solo sentido, sino en todos los sentidos que nos hereda el pasado, pues estamos “comprendidos” en él.

El pasado amplía, predispone, desde luego no reduce el progreso más o menos eficaz que implica la humanidad, en cuanto a proyecto, a proyección de sus consecuciones; es decir, lo desarrollado técnicamente le irá al ser humano condicionando y, asimismo, lo que haya conseguido socialmente o culturalmente.

Eso supone que no es un resultado a secas expuesto en el presente, sino un modo de ser, una continuidad de ser, una disposición nueva o sucesiva del ser que condiciona al presente: un plus, un modelo, una tendencia inconsciente o inmanente, una cierta reacción que dispone ya al “vivirse”. No se localiza de improviso en el presente; mejor, se encuentra facilitado en un presente, en uno en el cual se rehabilita, conoce más y, por ello, depara más conciencia en él; por lo que “controla” cada vez más mientras actúa.

Tampoco está adecuándose para un fin, “ad hoc”, sino se sobrealimenta sin un fin, aunque previendo un suyo propio y otro social de acuerdo con su pasado y con la continuidad de éste que no puede erradicar como sustento.

La voluntad del ser humano quiere comunicar cultura, quiere “entenderse” como cultura, quiere no renunciar a ciertas tradiciones, de su “tempus mitológico” incluso, de su no-sentirse-solo como estímulo; pero, antes, se encuentra inmerso en toda su “naturaleza continua”, en su precedida comunicación e interacción y, por ello, arrastra o conlleva multitud de conocimientos que lo “determinan” como ser-acto, ser actuado y actuante, ser continuo, ser como una actividad concreta o complementaria de la naturaleza misma.

Aquí es donde Heidegger -en esencia- se equivoca; puesto que el ser (Dasein) no es un ser-ahí, arrojado ahí, situado fijamente ahí, no, debido a que no tiene una situación precisa como un ente independiente, solo, como una pretensión óntica (1). El ser no posee una “torre de marfil” o una casa propia aunque la busque su voluntad, en cuanto a que la esencia del ser consiste en que participa en la realidad o, por tal axioma o evidencia, es esencial para la realidad.

Así, el ser humano –con sus ya conocimientos dados y con sus nuevos conocimientos- va propiciando en su medio una mayor comunicación y entiende, por un lado, la cultura o sus sentimientos y entiende, por otro lado, lo que no puede soslayar como evidencias comunes: conformaciones de hechos que son expresiones de la naturaleza y que él sólo puede reconocer o admitir –o profundizar en ellas si quiere conocer más- sin más remedio. Por ejemplo, si alguno se le ha muerto su vecino puede admitirlo o negarlo como voluntad, pero “su razón interior” –la de su propia naturaleza-, su racionalidad insobornable o natural ya lo ha admitido. Por ello, cuando la voluntad admite como conocimiento a la evidencia o a la razón existe una conciencia –un conocimiento que se responsabiliza de seguir una coherencia-; cuando no, esa voluntad sólo es racional en un principio natural –de realidad-, pero prescinde de un conocimiento en concreto, pues lo eluden sus emociones contra una conciencia en concreto que prefieren postergar o carecer en cuanto que la voluntad anímica prioriza -por comodidad- los sentimientos, sobre todo el sentimiento de antropocentrismo o de sublimación. ¡Ah!, sin embargo, en ese extremo, se concentra la falta de entendimiento de la realidad, también del “otro”, por solucionar problemas o por fortalecer una coherencia. En este caso la voluntad anímica defiende unos intereses arbitrarios o subjetivos en donde frecuentemente anidan el dogma y los prejuicios.

Los prejuicios omiten el razonamiento, se anticipan a la evidencia o a la demostración, sí, desligan, aíslan los factores que convergen en un hecho; y los ensalzan ya desvinculados del hecho “complementado”. Es decir, los prejuicios no dan cuenta de la amplitud del hecho como base, sino por intención de efectos aislados, convenidos en forma aforística o subliminal a través de unas emociones puestas en juego. Aquí hablo de la voluntad emocional que entiende tendenciosamente, en un narcisismo alimentado, cada experiencia; y no se preocupa tanto o lo más mínimo por la razón, por la voluntad de razón (2): ese admitir el hecho, ese buscar las causas del hecho y ese atribuir unas consecuencias directas al hecho.

Conque la voluntad emocional se centra más bien en un “yo” en contraste con la voluntad racional que se “des-centra”, esto es, que analiza o busca por medio del hecho todos los factores directamente relacionados en o con él: se abre. La razón busca y es buscada metódicamente; en cambio, el prejuicio se dirige desde un “yo” y dirige ante todo un “yo” que todo lo justificará.

La razón –también- halla los factores comunes a determinados hechos, de manera que comprende la realidad por patrones o reglas (lex naturalis) por las cuales “se hace”, esto es, la razón entiende el cómo “se hace” la realidad más que el mero concebir de antemano qué es –que sería un prejuicio-. La molécula de agua “se hace” con dos átomos de hidrógeno y con uno de oxígeno: eso es la razón, el método racional para todos igual. La metodología racional atiende a cómo se comporta el ser o su naturaleza para comprender la realidad antes o por encima de imponerle un significado subjetivo (3) u ontológico o hermenéutico.

No obstante, si los seres vivos mantienen una voluntad taxativa a los cauces de la supervivencia (4) –o sea, se mantienen en una situación realista-, el ser humano –por intereses emocionales o egocéntricos- ha teatralizado una voluntad de la negación –totalmente gratuita a veces-, del engaño. Por supuesto, es el único ser vivo que especula sobre el engaño, que se ha culturizado en y con el engaño –en esto el tabú ha influido bastante-. Elucubra la utilidad –para él casi siempre- de lo que va a decir; y luego decide en función de esa utilidad. En ese sentido, su proyecto emocional –en torno a la intimidad- lo sobrevalora por encima de cualquier situación, o sea, organiza –a su favor, por lo que crea reglas a su favor- lo que va a decir adelantándose al otro, por competir con el otro, con unas reservas o mentiras piadosas que no pongan en riesgo su… proyecto emocional. Si, los seres vivos utilizan reservas a medida que actúan, pero no desarrollan una tendenciosidad emocional antes, no predisponen una intimidad como -en bloque- un recurso para controlar a los otros y, por ello, sí, salva o maquilla a su favor cualquier suceso o situación.

En resumidas cuentas, las informaciones que ofrece el ser humano no siempre son objetivas o depuradas por una voluntad racional en donde una coherencia garantiza o reconoce una referencia a hechos, sino que asimismo existe una voluntad emocional que mitiga o solapa a la anterior impidiendo que se priorice.

Si la ciencia y la razón es amplitud, sin embargo evidente es que se desencadenan proselitismos o grupos intimidados por intereses económicos, nacionalistas, religiosos o políticos –incentivados por premios u honores de conveniencia- que eluden una objetividad y, en consecuencia, la razón se dirige –de forma secuestrada o como dirigismo- hacia una dirección que excluye o destruye irremediablemente a un librepensamiento o a la librerazón en suma–puesto que no debe atarse o incentivarse con tendenciosidades, como se hace en la actualidad, manipuladoras-.



NOTAS

(1) Heidegger distinguió lo “óntico” –referente a los entes- de lo “ontológico” –referente al ser.

(2) Kant se percató de una diferencia entre el “entendimiento” sobre lo particular y la “razón” sobre lo más ilimitado; pero, en cambio, dio una preferencia al “entendimiento” sin advertir que se entiende emocionalmente un hecho –algo que la razón no hace al entender con prioridad racional un hecho, con pruebas y con argumentaciones-.

(3) Algo de la realidad nunca puede ser “relativo”, por cuanto “ya es” absoluta realidad; y ese término malogrado conlleva negarle esa “absolutez” existencial, por lo cual un antropocentrismo o un convencionalismo dogmático no puede negarla, imponer la no-existencia real de algo. Es como definir calificativamente con “inexistente” cuando se habla de una “existencia” –el término “inexistencia” sólo se utiliza para ratificar lo absoluto de “existencia”, es decir, corrobora o ayuda a ese hecho al usarse como recurso de delimitación.

(4) Este término, a la vez, es equivalente al Principio de Conservación; algo actúa sin duda por continuarse, por sobrevivir, por extenderse, por seguir siendo.



*Pensador, narrador, ensayista español nacido en 1965 EN Cuevas de San Marcos (Málaga). Ha publicado: Cantos de sangre, Ediciones Rondas,Barcelona, 1984; La muerte más difícil, Ediciones Torre Tavira, Cádiz, 1994.

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