miércoles, 21 de octubre de 2009

SOBRE LA TOLERANCIA RELIGIOSA

SOBRE LA TOLERANCIA RELIGIOSA


(REFLEXIONES DE UN HABITANTE DEL MUNDO-ALDEA

QUE ALGÚN DÍA FUE CRISTIANO)



Jorge Ordóñez-urgos





“El Maestro dijo: “Se habla de los ritos

por aquí y de los ritos por allá, ¡ como si

el ritual consistiera en meras ofrendas de

jade y seda ¡ Se habla de la música por

aquí y por allá, ¡como si la música consistiera

simplemente en campanas y tambores.”



Analectas de Confucio, 17.11



La tolerancia es un concepto que se ha puesto de moda dentro del discurso político a partir de los años sesenta. Podemos decir que “tolerar” implica aceptar que hay formas de vida, creencias, ideas y visiones del mundo diferentes a la propia, y que, además de tenerlas en cuenta dentro de lo que existe y tiene valor por sí mismo; también es un deber intelectual y humano respetarlas. El fin primordial de este estilo de vida es la convivencia social sana y harmónica, de igual modo, algunos politólogos y antropólogos aluden a la dignidad humana, a la libertad de creencias y al intercambio bien intencionado como una vía que conduce a la madurez espiritual.



Quiero, antes que todo, echar un vistazo somero al desarrollo del concepto “tolerancia” dentro de la historia de Occidente de los últimos treinta y cinco años. En la segunda mitad de los sesentas comenzó a darse una apertura paulatina en los medios masivos de comunicación, antes manejados por “gente adulta” exclusivamente se le dio cabida a ideas “frescas” y “revolucionarias” de “gente joven”. El comunismo erigía héroes como el Che Guevara, Fidel Castro y los miles de participantes anónimos (algunos de ellos no fueron del todo desconocidos) en los movimientos “estudiantiles” de París, Praga, Argentina o nuestro país. Se quería exterminar la represión, los tabúes, las dictaduras y cualquier cosa que recordara, aunque fuera de forma indirecta, al fascismo; las ataduras religiosas de toda índole fueron derribándose poco a poco. “LIBERTAD” era la bandera que portaban los “jóvenes” de aquellos días. El desenfreno sexual y la ingestión de sustancias de la más diversa naturaleza se convirtieron en manifestaciones de una LIBERTAD que comenzaba a conquistarse con marchas, mítines, diálogo y con acciones de gente “joven” y “emprendedora” que estaba enamorada de ideales nobles y puros.



El arte comenzó a deshacerse de cánones fríos y de estéticas “estériles” que minaban su LIBERTAD de expresión. La brecha generacional se tornó un abismo insorteable; aquellos que nacieron a principios del siglo XX, según los radicales, no pertenecían a su tiempo, se encontraban en un extremo incivilizado, en otra cultura; poseían otro lenguaje que nada tenía que ver con el actual, el de “onda”. Los melenudos sesenteros pedían a gritos se les respetara su forma de ver y vivir la vida. Así fueron transcurriendo los años, aquellos jóvenes que vestían ropas de colores psicodélicos crecieron y comenzaron a aceptar y aprobar manifestaciones de las nuevas generaciones, sólo que, cada día se fue dando mayor margen para mover la línea fronteriza entre la LIBERTAD y el libertinaje.



La religión no debe, según esta concepción, causar absolutamente ningún conflicto social; cada quien puede creer en la divinidad que le plazca, también es válido no creer, o hasta blasfemar de creencias propias o ajenas que muchas veces no son comprendidas. Con tal de mantener la PAZ y la ESTABILIDAD ECONÓMICA casi todo está permitido en el terreno religioso. Los sesentas se encargaron de construir todo un “espíritu místico” colectivo, elaborado con gran talento mercadotécnico, pero vacío y falto de autenticidad. Las antiguas creencias hindúes fueron masificadas incluyéndolas dentro de la ideología hippie. El culmen de la profanación de la religiosidad oriental se dio con la “conversión” que The Beatles experimentaron después de hacer un viaje a la India. Esta es nuestra herencia de los sesentas.



La concepción actual de la “tolerancia religiosa” trae consigo ciertas dificultades, recordemos que “tolerar” consiste en aceptar la existencia de ideas ajenas distintas a las propias. Cada quien que tiene una religión piensa que su credo es la Verdad revelada ¿Cómo aceptar entonces que haya otro tipo de doctrinas igualmente verdaderas? ¿cuántas clases de Verdades existen? Una respuesta rápida sería la siguiente: todos los credos llevan hacia donde mismo. Aceptando lo anterior concluiríamos que da exactamente lo mismo ser judío, musulmán, zoroastrista o budista; la pertenencia a algún tipo de comunidad religiosa obedece sólo a factores culturales. ¿Qué caso tiene entonces pertenecer a alguna religión específica? Otra posible respuesta es: cada quien supone que su religión es la verdadera y las demás son falsas. Esta segunda salida es más cercana a la realidad. No hay problema si hay en el mundo individuos que tienen principios teológicos diferentes a los míos, pero ¿qué sucede cuando tales fundamentos violentan mi moral, mi forma de ver la vida o aquello que considero sagrado? ¿Es legítimo ser paciente? Si se tiene una religión bien arraigada es imposible.



Curiosamente, las sociedades contemporáneas aplauden y aceptan de buena manera la blasfemia, pero no la rigidez y apego a una religión determinada. Casi cualquier tipo de ortodoxia es vista con desprecio y considerada retrógrada. En teoría, la tolerancia religiosa da campo libre a la expresión de ideas de lo más diverso posible; pero, en la práctica, dicha tolerancia produce un vacío creencial, la antesala del ateísmo. Es significativo que los artífices de la tolerancia de la última mitad del siglo XX provengan de regímenes totalitarios y completamente intolerantes a cualquier tipo de religiosidad. Para ellos, la LIBERTAD consiste en no darle libertad al ciudadano para que crea en quien se le antoje, es ridículo a lo que la opinión pública denomina “libertad de creencia”.



A raíz de las “revoluciones” de los años sesentas se han venido estableciendo dinámicas sociales en las que la pieza sobre la que gira todo el discurso tanto de religiones, como de teorías pedagógicas, de estéticas, sistemas políticos y económicos es el sagrado principio de la ADAPTACIÓN. Tenemos que amoldar las actividades humanas a las condiciones cotidianas, no importa traicionar nuestras creencias más profundas; el mundo cambia todos los días y las tradiciones resultan obsoletas.



La tolerancia religiosa, en tanto que bandera de las demagogias occidentales de hoy en día, tiene dentro de sí una paradoja muy extraña. “Tolerar” y escuchar las ideas ajenas significa enriquecer el criterio, tomar lo valioso de los demás. No obstante, si lo ajeno no es considerado valioso y además afecta las creencias propias, entonces, “tolerar” significa, de alguna manera, solapar un conjunto de ideas, creencias y formas de vida que pueden aniquilar al propio. Un hombre puede vivir sin bienes materiales, sin el gobierno que quiere, puede vivir casi sin alimento; jamás podrá decirse que un HOMBRE vivirá sin creencias. Aquel que no las tiene sencillamente no es hombre, el título de HOMBRE se gana, no se nace con él. Quizá esta aparente paradoja se resuelva si tomamos en cuenta que cada día la religión es más un artículo de socialización y menos de introspección, de unión con Dios y de reflexión. Muchas religiones organizan verdaderos espectáculos colectivos que denominan ritos. Si cada día que pasa las creencias del hombre tienen menos arraigo, si no está convencido de ellas y no tiene fe, entonces es comprensible que sea “tolerante”.



Realmente no se es “tolerante” cuando se es tibio y no se está dispuesto a defender ideales que no se tienen. “Tolerancia” debe entenderse como “apatía”; un sujeto puede venir a profanar, entrometerse y burlarse de lo más sagrado, pero el “creyente” permanecerá inmutable ante tales actos. Quizá el sacrílego dignifique más las cosas sagradas al burlarse de ellas, dado que si las ataca las considera dignas de atención, atención que no les presta el “feligrés”. Este tipo de conductas no pertenecen a una actitud racional, por el contrario, son producto de una deshumanización, de procesos que distorsionan y corrompen las creencias más nobles.



La tolerancia religiosa forma parte del paquete de valores al que debe atenerse todo país que se diga globalizado (excepto uno del cercano Oriente). La globalización está generando sociedades con ideas “universales”, es decir, sin apego a la lengua regional, a la tierra ni las costumbres propias. Aquella frase tan estúpida y comercial que sostiene el mundo es como una aldea sólo quiere hacernos pensar que gracias a los sofisticados sistemas de comunicación y a los medios ultraveloces de transporte, el hombre pierde su derecho natural a la individualidad para convertirse en un miembro más de la masa gris. Lo anterior significa tener una visión reduccionista y despectiva del hombre; en efecto, no se pueden negar que en unas cuantas horas es posible viajar de México a Nueva Delhi, ¿por ello la cultura hindi va a perder su esencia? Los seres humanos tenemos diferencias que no pueden ignorarse: religiones, gastronomías, sistemas educativos propios de cada nación, folklore y muchas ideas. Estos aspectos articulados en conjunto integran el concepto de “nacionalidad”. Los seres “tolerantes” deberían tomarse la molestia, por lo menos, de conocer las diferencias culturales y, con seguridad, ellos mismos se avergonzarían del símil mundo-aldea. Dedicarse a conocer (no “tolerar” en el sentido actual del término) al “diferente” traería como consecuencia generaciones de individuos sabios, cultos y fuertes de alma ¿le interesa a la globalización generar hombres de esta naturaleza?



La tolerancia real contiene en germen la intolerancia, dado que si se acepta que existen otras formas de ver la vida además de la propia, entonces, tales sistemas tendrán autonomía y en esta calidad podrán vulnerar las creencias personales; aquí radica el problema. El que tolera ataques contra aquello que considera sagrado, se encuentra en alguna de estas dos categorías: i) no cree en realidad o ii) no considera al “otro” como un ente de importancia y sus ideas no tienen trascendencia alguna.



Las “grandes democracias” occidentales se enfrentan al problema de la convivencia social entre feligreses de varios credos, ha sucedido que, un proceso gradual que se encarga de ir minando la espiritualidad poco a poco hasta dejarla prácticamente en nada. Gracias a tal dinámica social, el mundo ve cómo pueden convivir judíos y cristianos, protestantes y católicos. Marx decía que la religión es el opio de los pueblos, pero el ateísmo o la fe mediocre, no son drogas sino venenos letales que aniquilan al hombre. Esto lo sabían los “paladines” latinoamericanos de la LIBERTAD. Hacer que creencias degeneren trae como producto vómitos aberrantes como el Jesús comunista o un Papa globalizado. Imágenes vistosas y comercialmente “correctas”, pero en esencia resultan ser una burla para un credo específico. Esta es la nueva religión del mundo globalizado.



Los países que hemos sido globalizados por la fuerza, básicamente en Asia y Latinoamérica conservamos resquicios de una grandeza religiosa de antaño, de un vínculo que nos unía y que nos sostuvo en pie durante algunos siglos. La tolerancia religiosa entra como una cuña que desune, que divide y que denigra a los ciudadanos. La introducción del protestantismo norteamericano decadente, (a diferencia del europeo que es espiritual y reflexivo), en sociedades en donde su existencia es más que ridícula tiene como objeto “integrar” a Latinoamérica dentro de franquicias económicas y culturales. En la vida cotidiana, la presencia de este tipo de comunidades resulta nociva para la unidad nacional, los gobiernos del Tercer Mundo deberían frenar el avance de estas sectas porque están trayendo consigo el debilitamiento de vínculos y tradiciones regionales. Por no aceptar su impotencia (o complicidad) los políticos portan la máscara de la tolerancia. Un país cuyo único motivo de unidad es la religión, si ve su credo venirse abajo, entonces, jamás saldrá de una serie de crisis infinitas y sucesivas.



La “tolerancia” en el Primer Mundo es una etiqueta que inviste a su propietario de la categoría de hombre racional, desafortunadamente, en el Primer Mundo la enajenación es un proceso más complicado que en nuestras culturas. Allá se es “intolerante” cuando no se está dentro de lo que globalmente se considera “sobrio”, “correcto” o “aceptable”; no estamos ante sociedades críticas, sino categorizadoras. Existen creencias prohibidas, que reciben la clasificación de “totalitarias”, “retrógradas”, “moralistas” o “antiprogresivas”. Por lo general, las religiones ortodoxas son las que reciben más ataques. Basta con ver cómo los medios de “comunicación” se refieren al Islam o al Mundo Árabe; por extraño que parezca un reducidísimo número de periodistas conocen en realidad los cimientos, costumbres, libro sagrado y tradiciones de este credo. Es decir, muy pocas personas están autorizadas para opinar al respecto. Los medios masivos de comunicación son la fuente de donde emana la ignorancia y el más espantoso reduccionismo que uno pueda imaginar.

Los “países” que tienen el control mundial dan por hecho que la democracia es la mejor forma de gobierno, la única dificultad es que no se dice quién es quien saca la mejor parte de ella, y como buenos defensores de la tolerancia imponen toda clase de sanciones a teocracias árabes porque viven en el sistema político incorrecto. La “tolerancia” es una bandera que sirve para entrometerse en lo más profundo de comunidades religiosas arraigadas en el Oriente, corromper sus principios y aniquilar su misticismo. La religión no es la respuesta ¿Cuántas veces hemos oído esta cantaleta? ¿Será así de simple para aquellos que en realidad creen que sus actos en este mundo los pueden conducir a un plano existencial diferente al actual?



Las religiones evolucionan, cada día hay una mayor apertura en ellas. Si partimos del supuesto que la religión consiste en establecer un vínculo entre el hombre y el Absoluto, veremos cómo dicho vínculo, en el caso de las religiones teístas, es la revelación. La revelación es Verdad sublime y pura; no es negociable, no se modifica, no evoluciona porque si así fuera, entonces, Dios también cambiaría. Una cosa es la “evolución” de la cultura y otra la modificación de la Verdad revelada. Recordemos las críticas que varios filósofos griegos hacían a aquellos que constituían a dioses a imagen y semejanza del hombre, sólo porque el ser humano es imperfecto y cambia ¿la revelación divina debe hacerlo también?



Buscar aparentemente un mismo fin no significa que se transigirá ante la idea de una religión universal. Insisto de nuevo en el carácter sagrado de toda religión; disolver sus tradiciones implica una aberración y falta total de respeto para la inteligencia e integridad humanas. Podemos remontarnos a explicaciones antropológicas, históricas y sociológicas del origen de la diversidad religiosa y notaremos que se inició como una especie de sentimiento de nacionalidad rudimentaria, pero, la experiencia religiosa producto de un conjunto de factores dispuestos por cada comunidad es irrepetible y existencialmente válido e irreductible.

La “tolerancia religiosa” legítima sólo puede darse en sociedades en donde los principios morales y teológicos de los diferentes credos no se afecten entre sí. En este sentido (a continuación una afirmación utópica) un estado bien intencionado deberá controlar la fundación y desempeño de comunidades eclesiásticas, vigilando siempre los siguientes aspectos:



a) Toda religión debe fomentar el desarrollo espiritual de los ciudadanos. La religión despierta, vivifica, enriquece y no estupidiza como alevosamente lo afirmó Marx .



b) Los ciudadanos inspirados por buenas religiones constituyen naciones fuertes y sólidas. La religión puede darle sentido a la permanencia de una nación sobre la tierra. El desarrollo social, la riqueza en todos los sentidos y el cultivo de almas, son sólo algunos indicadores de una relación sana y fuerte con la religión.



c) Las teocracias son satanizadas acríticamente, sería interesante escuchar la justificación que hacen de ellos mismos gobiernos laicos o ateos que han sido totalitarios, intolerantes, ladrones y opresores en escala mayor a muchos gobiernos religiosos. Como botones de muestra tenemos la URSS, Estados Unidos, China, Sudáfrica y varios sexenios de administraciones mexicanas por supuesto. No sólo las teocracias inculcan el terror a seres “irreales”, varios países en la actualidad fomentan la ignorancia en grandes magnitudes para mantenerse en el poder. También las universidades pueden convertirse en divulgadoras de la mentira.



d) Las religiones soteriológicas no son moderadas, dado que el creyente debe practicarlas TODOS los días de su vida. No existen salvaciones a medias, por tal motivo, las guerras santas que defienden la autonomía y permanencia de un credo son válidas (a diferencia de las que llevan consigo en germen intereses políticos). El creyente que lucha por sus ideales es fácil de catalogar como “fanático”. El hombre religioso que da la vida por Dios es considerado un loco, aquel que organiza guerras para ganar dinero es un ser “racional”.



e) A partir de la revolución francesa y hasta la década de los sesentas, época clave para comprender la “religiosidad” actual, la política oficial democrática ha trastocado, manipulado e intentado disolver por todos los medios la vida espiritual y el misticismo. Tal vez una sociedad no religiosa sea productiva, pero tal situación no durará siempre, dado que a muchos ciudadanos le hará falta ese punto de apoyo que le de sentido a sus vidas.



La racionalidad es una máscara que se coloca un hombrecito débil y temeroso que tiene fobia por ver una Realidad incontrolable por sus manitas diminutas; le angustia la naturaleza humana contradictoria y un mundo constituido por una maraña de relaciones prácticamente inexplicables para él. El antropoide tiene tanto miedo que ha fabricado muchas máscaras iguales a la suya y se las ha colocado a sus antepasados y contemporáneos; el hombrecito tiene miedo de creer en Dios de manera legítima porque no puede verlo (como a sus máscaras) y porque teme que defraude su frágil corazón. El hombrecito mata y ofende a quienes no tienen miedo ni vergüenza de su propia pequeñez y a quienes no necesitan máscaras. El hombrecito en cuestión es un ser “tolerante”.



“Zizhang dijo: si un hombre acepta la virtud

sin demasiada convicción y sigue la Vía sin

demasiada determinación, ¿podríamos

decir que está realmente aceptando la virtud y

siguiendo la Vía?

Analectas de Confucio, 17.18.

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