Juan Ramón Fuentes Jiménez*
INTRODUCCIÓN
El de la igualdad es un debate que siempre genera chispas, por cuanto que el propio concepto ya de por sí nos conduce hacia algo que es irrealizable, como si se tratase de un proyecto más de corte literario que de un programa para la humanidad, ejecutable aquí y ahora en este mundo acotado por un alfa y un omega. En ocasiones parece pura y dura utopía construir una sociedad donde impere la igualdad, después de vivir tantos siglos domeñados por el yugo del agravio comparativo, de la humillación, del “tanto tienes, tanto vales”, en suma de la desigualdad a todos los niveles.
Si ello campó a sus anchas en el devenir de la historia durante tanto tiempo generando tantas tribulaciones y sinsabores entre los seres humanos, ¿por qué no poder vivir de un modo más igual ahora?. Sobremanera cuando se constata que se ha avanzado en el campo de la igualdad entre los seres humanos
¿De verdad es realmente imposible construir un modelo de sociedad apoyada sobre la justicia y la libertad, valores que se llevan a cabo mediante el ejercicio de la igualdad y la participación?. ¿O habrá que contentarse –sobre todo para quienes se dicen creyentes- con una Jerusalén celeste justa, libre e igual para todos en un tiempo que trasciende el nuestro actual?.
1.- LAS VIRTUDES LÁICAS
El cristianismo nos ha enseñado desde antiguo cómo fe, esperanza y caridad son las denominadas virtudes teologales. La fe es camino de claroscuro, es vía en la que existen momentos en que sin saber por qué el individuo “ve” claramente el sentido de su vida, despeja algunas de sus dudas existenciales (no todas), inexplicablemente se anima en su devenir, es como si alcanzase una fuerza misteriosa que le empuja a vivir, a luchas contra viento y marea (algo así explicaban los griegos cuando de repente les venía una fuerza repentina en el combate con el enemigo y la explicaban como proveniente de Zeus).
Pero también es camino de opacidad, de oscuridad, donde en ocasiones todo se ve negro, donde a veces el desasosiego se ceba ferozmente con el individuo. Esa es la fe, claridad-oscuridad, así de racionalmente irracional dirían desde la teología; es creer sin ver y en el ámbito de la creencia no existen demostraciones y por lo tanto no hay conocimiento verdadero.
La esperanza, es el otro elemento de las virtudes teologales, defendida por la Iglesia para que el ser humano viva esperanzado, aún más, en una esperanza esperanzadora, en toda su vida: familiar, personal, laboral, etc. Hacen falta buenas dosis de ella en un mundo en el que cada mañana nos seguimos desayunando atentados, homicidios, parricidios, evasión de divisas, corrupción.
Caridad, o lo que es lo mismo Amor. A lo que aspiramos todos. Un Amor que tiene por mejor definición, en mi opinión, la del perseguidor de cristianos de Tarso: “el amor no lleva cuentas del mal... aguanta sin límites, espera sin límites, cree sin límites, perdona sin límites. No pasa nunca” [1] .
Frente a esta tríada teologal, acaso añeja y vetusta, pero que aún hoy perdura, hallamos el correlato de las que se dio en denominar virtudes láicas, de menos edad que las anteriores, pero de más utilidad, más tangibles para los mortales de este mundo finito. O eso parecía cuando en el siglo denominado de las luces casi podríamos parafrasear aquella frase del Evangelio de “tu luz nos hizo ver la luz”. Y digo que eso parecía, porque el tiempo que siempre es testigo de todo cuanto acontece, parece dictar sentencia, en ocasiones irrevocable, y hacernos caer en el sentimiento de que también todo eso es literatura barata, proveniente de gentes que en aquella época tenían el estómago vacío y la cabeza llena de ideas insensatas. Creían que iban a comerse el mundo y vino el mundo y se los comió a ellos con su libertad, igualdad, fraternidad. Las virtudes láicas, esas por las que hemos suspirado siempre toda sociedad, pero que en ocasiones nos parece haber puesto el listón demasiado alto, sobre todo para nosotros, los humanos, más bien limitados.
Lo que es indubitable es que en aquel momento en que irrumpieron en escena cambiaron todo el panorama. De presenciar una sociedad absolutista, donde el ser humano quedaba marcado desde la cuna y hasta la tumba con una condición, donde vivía la mayoría de la gente padeciendo hambrunas, con el estómago vacío, humillados, en tanto que una minoría sólo por haber nacido en distinta cuna pasaban una existencia de lo más placentera y desahogada, presenciando casi con risa homérica como el populacho moría de hambre o era eliminado vilmente y sin razón ninguna y sin importarles nada. Esta existencia es comparable con la de los dioses homéricos frente al mundo de los héroes, los cuales dependían del capricho de los olímpicos.
En un mundo así se hizo bueno aquello de “intellectus apretatus, discurrem quae rabiam”, y ciertamente los estómagos estaban vacuos, empero, la cabeza estaba llena de ideas, ideas transportadas por los heraldos nuevos, por los profetas de nuevo cuño, por los ilustrados, que eran como los aedos homéricos y cantaban al pueblo que se acercaba el paso del mido a la igualdad.
De ultramar llegaban noticias de cómo unos pobres colonos se revelaban contra una de las potencias más importantes de Europa, Inglaterra. Hecho este que provocaba la hilaridad en Europa, por cuanto que existía mucha tierra, mar y aire de por medio como para que sucesos como el de Estados Unidos aconteciera en la Europa de tradiciones inveteradas. Sin embargo, sonaba alto y claro la voz de los “neoaedos”, y lo que era peor para los dueños del pastes, esos “cantos”, esas nuevas ideas se acomodaban poco a poco en el corazón y en la mente de la masa popular. Se trataba de que David tumbara a Goliat (como las 13 colonias a Inglaterra), estaba en juego romper con tanta tradición obsoleta, algo que a Voltaire le encantaba, ya que era anti-tradición.
Todo se echó a andar, buscando la igualdad. Igualdad, un concepto complicado, porque ¿existe, puede existir la igualdad?. Esta cuestión trasladada al campo humano se hace todavía más complicada, ya que ni siquiera dos gemelos son iguales, no existe igualdad más que entre cantidades. Es un concepto complicado, incluso utópico.
2.-LA LIBERTAD: TAREA MORAL PERSONAL Y SOCIAL
La libertad es una de las bases sobre las que debe cimentarse un modelo de sociedad. La libertad del ser humano no es que sea un don, sin más, o una nota propia de su persona; la libertad es también una tarea, es un quehacer, con lo cual el ser humano se mueve diariamente en el “fieri” de la libertad, ir haciéndose libre, en un ir liberándose día a día. La libertad pertenece tanto al reino de la ontología como al reino de la ética.
Tengamos presente la definición escolástica de la libertad: “activa indifferentia ab intrínseco”. [2] De esta forma la libertad es indiferencia, indiferencia activa, cuyo objetivo es el de la autodeterminación del propio sujeto. En esa autodeterminación tenemos el rostro del otro frente a mí que me debe impeler a sentirme libre como él, e igual como él. Vemos que así se da una especie de complicación en los conceptos de libertad y de igualdad.
La libertad puede ser entendida como dinamismo que empuja el conjunto del proceso moral. En esta situación casi podemos aseverar como se identifica la libertad con el proceso de igualdad, y así aglutina casi del todo el contenido ético del dinamismo histórico [3].
El dinamismo moral del devenir de la humanidad se refleja en la instancia liberadora que camina junto a la historia humana. De donde se sigue que la valoración moral de la libertad pueda ser señalada como el compendio del empeño moral intrahistórico. Podemos decir que la ética de humanización tiene su correlato en la ética de la libertad y la ética de la igualdad.
Así la libertad e igualdad van ligadas: la libertad de la persona se lleva a efecto en el instante en que los hombres se tratan por igual como fines entre sí uy ninca como medios para obtener fines. Es Kant quien precisamente deja muy claro que la persona está dotada de dignidad, no tiene precio, y que la persona es un fin en sí misma.
Hemos dicho que el ser humano, incluso la propia sociedad, debe vivir en continuo proceso de liberación y también de igualdad. El objetivo es obtener esa igualdad. Pero hemos de reconocer que para alcanzar esa igualdad es ineludible el que se dé una transformación del ser humano y con ello de las estructuras. Sólo en esa transformación de las estructuras encontramos la forma en que nos vamos perfilando como iguales unos a otros por encima de cualquier tipo de barrera. Cuando el ser humano, cuando las sociedades van revisando sus valores, y van cambiando, sustituyendo unos u otros cuando lo que antes era de un modo y la experiencia verifica que eso ha de ser cambiado a modo distinto por mor del bien común, con esos pasos estamos subiendo peldaños en la escalinata de la igualdad.
La libertad está conformada por una serie de factores tensionales. Y ello porque se es libre y se tiene libertad. La libertad es un modo de ser: es la “elegancia” [4] del devenir del ser humano, es un poco el estilo personal que cada uno posee a la hora de vivir. Empero, el mero hecho de ser libre va anexo al de tener libertades, ya sean de corte religioso, moral, económico u otras. Y si no fuera de esta manera, entonces caeríamos en un reduccionismo abstracto y etéreo a la hora de tratar del concepto de libertad, o del de igualdad.
La libertad por se estructura del ser humano es ilimitada, pero las libertades pueden ser limitadas, puesto que se circunscriben al terreno de otras muchas libertades, pero no estimemos que las distintas libertades humanas suponen una limosna proveniente de fuera, sino que esas distintas libertades son exigencias que encuentran su génesis en el interior de la propia libertad. Por eso mismo, porque las “libertades” están incluídas en el gran conjunto que es la LIBERTAD, nunca es permisible en la construcción de un modelo social basado en la libertad, y ésta ejercitada en la igualdad, nunca es plausible digo, defender sistemas o ideologías de tipo igualitarista, porque lo único que persiguen y consiguen es menoscabar y eliminar la libertad dentro del propio ámbito de la vida social. No se trata para ser iguales caer en el igualitarismo, sino que una sociedad que se dice adulta ha de respetar la diversidad dentro de la igualdad.
3.-RECHAZO DEL MODELO DE SOCIEDAD IMPOSITIVAMENTE “IGUALITARIA”
Antes hemos apuntado, de pasada, a sistemas o ideologías que postulan a favor de una modelo social de corte igualitarista. Bien, al mencionar el modelo de sociedad impositivamente igualitarista nos estamos refiriendo a las ideologías que cercenan de lleno la libertad en la vida social. Ideologías de molde igualitarista que lo único que dan a luz son proyectos que encuentran su santo y seña en los modelos totalitaristas.
Utilizar el término igualdad, llevado al extremo, a su “-ismo”, para caer en el igualitarismo, nos da la sensación de que es caer en eso, en igualitarismo, olvidándonos de una base importante dentro de la construcción de la sociedad adulta, a saber, la libertad, la cual ya hemos mencionado antes que se consigue en el ejercicio de la igualdad, y por qué no, en el de la participación. Si, como indico, nos olvidamos de ese fundamento que es la libertad, entonces tendremos que preguntarnos: libertad ¿para qué?.
Libertad para todo: la vida social es digna para el hombre en cuanto que esté enfocada y programada desde la libertad y en búsqueda de la igualdad. Si no hay libertad entonces adulteramos totalmente la convivencia humana; así podemos decir que la libertad es la primera categoría de la vida social, es esa base a la que ya aludimos de cara a la construcción de una sociedad más igual. Es precisamente el ejercicio de la libertad lo que hace que los seres humanos no se dejen arrastrar por el fanatismo y por los subjetivismos personales; es desde la libertad desde donde el juicio moral no sufre la hipertrofia de subjetivismo a la que se ve en ocasiones acometido, y que le provoca en muchas ocasiones un vacío de objetividad moral.
De todo ello se colige el hecho de que la ética tiene que manifestar su disenso moral ante coyunturas en las cuales la libertad es impuesta de modo igualitarista, esto es, sustituir la libertad por una pseudolibertad.
4.-SOBRE LA IGUALDAD
Acerca de la igualdad, hay que preguntarse: ¿qué es la igualdad?. ¿Es posible que vivamos en igualdad?. Porque más bien parece lo contrario, que la igualdad es un sueño utópico, que no existe en ningún lugar, y que por todo ello podemos caer en la tentación de abandonar dicho proyecto, lo cual creo que sería un craso error.
La igualdad forma parte de aquel trisagio laico dieciochesco junto con la libertad, que la antecede, y la fraternidad que clausura dicha tríada. En una sociedad europea como la de aquella época, sobre todo la francesa que asistía atónita al lujo arábigo que se derrochaba en la corte de Luís XVI, al despilfarre de María Antonieta, y, en suma, a una bancarrota insalvable, en esa sociedad francesa, donde unos se atracaban del pastel y otros ni siquiera podían recoger sus migajas, es donde encontrará su caldo de cultivo la idea de igualdad.
Era una sociedad en la que parecía no existir límites, donde dentro del mapa social, la circulación social unos se la saltaban y no les sucedía nada, mientras otros no podían hacer lo mismo, lo cual generaba desigualdad; no se trataba de una sociedad de libres e iguales, o sí, pero de unos pocos nada más, en tanto que el gran grueso poblacional no participaban en absoluto de eso, su tarea era trabajar y engrosar, con impuestos imposibles y gravosos para ellos, las arcas reales, para que la monarquía dilapidase dichos ingresos.
No, no era una sociedad de libres e iguales en busca del mutuo beneficio, como hubiera deseado Rousseau, no había contrato, no había límites, y el ser humano, débil por naturaleza, parece que necesite del establecimiento de unos límites mínimos que aseguren también una calidad mínima de convivencia libre, igual y fraterna. Eso no acontecía en este caso y el pueblo cansado, hambriento y arengado por los nuevos “profetas” albergó la idea de igualdad e hizo por desarrollarla.
Volviendo al concepto de igualdad, ya hemos dicho que es difícil delimitarlo y podemos decir que hay dos posicionamientos que se ha enfrentado al respecto del concepto de igualdad: los hombres no son iguales, no son iguales si alcanzamos a entender que no pueden serlo porque no han nacido iguales; por otra parte, los hombres son iguales, ya que si no lo son, están llamados a serlo porque han nacido iguales [5].
Quienes se desmarcan como defensores de la primera tesis, entienden que los hombres no han nacido iguales, por cuanto que los seres humanos están dotados diversamente cada uno de ellos por una determinada capacidad, ya sea intelectiva, laboral,... Es desde aquí desde donde se colige que sería injusto el que todos los hombre tuviesen los mismos derechos.
En visión opuesta a esta, encontramos a quienes defienden que los hombres son iguales. Entienden que ello es así por cuanto que las diferencias entre los hombres en lo tocante a inteligencia, disponibilidad, etc no prueban nada en lo que a derechos se refiere, es decir que todos tendrían iguales derechos tanto en el marco político, como en el social o en el económico. Podríamos decir que los defensores de la igualdad de los hombres en la exposición de su pensamiento casi aluden a la teoría del hilemorfismo aristotélico .si vale el ejemplo- ya que las cuestiones de cantidad de inteligencia, capacidad de trabajo mayor o menor o lo que fuera pertenecería al ámbito de los accidentes de la persona, en tanto que la la esencia de esos hombres sería la misma. Bien es verdad que esto se circunscribe sobre todo al concepto de persona, pero estimo que bien podría servir como ejemplo.
El hecho de que todos los hombres han nacido iguales no implica que lo sean, ya física o mentalmente. Lo que se quiere expresar es el hecho de que existen ciertos derechos básicos que son denominador común a todos los hombres, independientemente de su configuración somática o psicológica. Y ya que aludimos a derechos, apuntaremos dos: el derecho de ser libre, sin más cortapisas que los derechos similares a todos los demás; y el segundo derecho: derecho a una vida digna, en la cual el hombre pueda subsistir decorosamente y tenga cubiertas sus necesidades mínimas indispensables.
En nuestros días, prácticamente todo el mundo acepta en la línea de principios el que todos los hombres sean iguales, otra cosa es la dimensión práxica. Aquí es donde surgen las divergencias, y al respecto cabe apuntar que la mayoría de las discusiones que dicen referencia a la igualdad o desigualdad entre los hombres caen en craso error ya que casi siempre los debatientes son proclives a considerar los conceptos de igualdad/desigualdad como hechos, y ello aún si se reputan ser hechos corregibles o modificables. Lo que sí resulta palmario es que los hechos no pueden determinar ningún principio de igualdad o desigualdad, puesto que de lo que hablamos –del principio de igualdad o de desigualdad- es una norma. Supuesto que hablamos de que es una norma, entonces nos encontramos con que nos movemos en un terreno que pertenece a la moral. De donde se sigue que cuando afirmamos que los hombres son iguales estamos haciendo una aseveración moral y por tanto es inmoral cualquier afirmación que contradiga la anteriormente expuesta.
A veces se han llevado al mismo terreno los conceptos “igualdad humana” y de “justicia”, sobremanera en lo tocante a la justicia social. Esta equiparación resulta de los más habitual sobre todo cuando el discurso se refiere a la justicia distributiva y cuando además dicha distribución cae de lleno sobre los bienes materiales. Desde el punto de vista de la justicia distributiva, lo justo, lo que es de justicia, es la distribución o redistribución de los bienes de igual modo, al margen del incremento o mengua de beneficios que se puedan derivar de ella.
En cualquier caso de lo que no podemos evadirnos es de esa situación de aumento o disminución de beneficios, ya salpique a todos los miembros de la comunidad o a una parte de ellos –la menos favorecida-. Para casos así se ha arbitrado otra fórmula [6], de tal manera que la distribución de bienes ahora se haría de modo desigual con objeto de generar un mayor aumento de bienes y así que los menos favorecidos resulten consecuentemente más favorecido de lo que habían sido antes de la distribución. Ahora bien, siendo realistas el hecho de sentirse ahora más favorecidos que antes de la distribución lo que trae consigo no es que nos acerquemos más a la igualdad, sino que aumenten los beneficios respectivos.
Francamente lo que podemos observar es que el concepto de igualdad se hace complicado sobre todo cuando entramos en él de lleno, por las connotaciones que implica: justicia, justicia social, distributiva, libertad y otros. No por ello hay que dejarlo de lado.
Para cerrar el apartado referente a la justicia distributiva que arriba hemos indicado, señalar que ese tipo de justicia supone que se repartan por igual y razonablemente los bienes de este mundo. La razón de ello no es otra que el hecho de que la humanidad posee el mundo en común, y por el hecho de existir una igualdad de dignidad entre los hombres, del mismo modo la distribución de la riqueza entre los hombres debe ser proporcionada [7]. Precisamente fue el reparto desproporcionado del “pastel” lo que provocó el estallido revolucionario en Francia; precisamente la desproporción en la calidad de vida de los seres humanos ha sido y es fuente de conflicto social permanente; es como si al final todo se redujese a la economía. Desgraciadamente y en general, en una sociedad donde la economía se comienza a resentir ostensiblemente, dicho resentimiento poco a poco va provocando un “efecto dominó” en las demás dimensiones, y va generando sensación de inseguridad, inestabilidad y ello provoca situaciones lamentables que se dieron en numerosas ocasiones en el pasado y que nadie deseamos se repitan en nuestros días, puesto que ello serían signo elocuente de lo poco que avanzamos.
Así, pues podemos afirmar que no es bueno, ni justo y sí desigual que unos sean muy ricos y otros muy pobres; en virtud del principio de extensionalidad, no es bueno que una parte del mundo sea muy rica y otra muy pobre, y cambiar esa situación es un clamor de la justicia. Esto exige un proceso largo, en el cual vaya creciendo diariamente el sentido de justicia social.
La pugna por un reparto igual de los bienes supone la lucha por una participación (el otro ejercicio de la libertad) equitativa en la dignidad humana. Dicho de otro modo, no se trata tanto de tener, cuanto de ser, puesto que el hombre (por extensión, la sociedad) que pone todos sus esfuerzo al servicio del “tener”, en lugar de al servicio del “ser”, es una persona (o sociedad) alienada al tener, pobre.
Y además conviene ser muy cautos en este aspecto del reparto por igual, puesto que no debe ser un reparto a cualquier precio, ya que una sociedad que hace uso de la opresión o la violencia para conseguir sus fines (por loables que éstos sean) está justificando unos medios en el más puro estilo maquiavélico; una sociedad así nunca podrá llamarse humana [8].
5.-LA IGUALDAD COMO IDEAL ÉTICO
Es una tarea ardua la de implantar la igualdad entre la humanidad, tal es así que aún en nuestros días los seres humanos no han logrado consolidar el tal criterio de la igualdad en la esfera de las relaciones entre los individuos y entre los grupos. Tenemos hoy día todavía que clamar con gritos de lamento puesto que en muchos lugares del planeta existen muchas vidas humanas domeñadas por el arbitrario principio de desigualdad.
Diariamente los medios de comunicación social nos participan del profundo malestar que atraviesa a las relaciones entre razas, al distanciamiento entre los bloques económicos, la mutua vigilancia que se ejercen los grupos políticos y otras tantas situaciones. Es el malestar de la desigualdad [9]. Esa desigualdad es la fuente, parece que inagotable, de desequilibrios y de violencia sociales y humanas, a veces más bien aparece que nos situamos en una panorámica humana del todo hobbesiana, donde desde luego el ser humano aparece como ese lobo que resulta ser lobo para los suyos. Francamente esta es una visión de los más pesimista que lejos de poder configurar una teoría constructivista en aras de una sociedad más igual y justa, lo que hace es denigrar al propio ser humano y degradarle a no sabemos qué. Si queremos un mundo más igual, más justo y más libre, y ¡cómo no! más fraterno tendremos que alejar de nuestras mentes tal idea del ser humano.
Lo más lamentable todavía es que haya quienes aún hoy alcen sus voces justificando la desigualdad, dejando así a las claras que el ser humano es un maestro en la autolegitimación de lo que le interesa y en la demonización de lo que no le interesa. Siempre, absolutamente siempre, encontramos razones para esgrimir nuestras teorías aunque sean sobre hechos palmariamente claros, como pueda ser el de la igualdad. Ante situaciones así lo que se consigue muchas veces es sumir a las poblaciones en desidia, apatía y pasividad, y sobre todo en confusión, puesto que parecen no existir modelos claros, ni criterios claros. Y si no existen criterios uniformes en lo que a igualdad toca, ya sea en el aspecto social, político, económico, pero sobre todo en este último, el económico, entonces “apaga y vámonos”, puesto que estimo que el individuo en general es lo bastante inteligente como para darse cuenta que no es de recibo que unos vivan como el rico Epulón, y que otros les acontezca en sus vidas como al pobre Lázaro, a quien los perros callejeros lamían las llagas de sus heridas.
¿Entonces dónde está la igualdad?, se preguntarán quien más y quien menos, el ciudadano de la calles; y ¿es acaso la respuesta aquella que pasa por un cielo nuevo o una tierra nueva?. ¿Es que la igualdad está en la “Jerusalén celeste”?. Nadie dice que no, de acuerdo, pero aquí en este mundo acotado por un principio y por un final en el que lo definitivo es que se nace y que se muere, todos aspiramos a unas condiciones de vida mínimamente dignas, todos aspiramos a poder comer por lo menos tres veces al día en condiciones dignas. Si esto no se produce por causas ajenas a nuestra voluntad y presenciamos el despilfarro por otro lado en tanto en cuanto una porción de personas pasa necesidad, sucede que cae todo el basamento de los ideales, de la igualdad.
El ser humano quiere aquí y ahora respuesta a estas cuestiones y son muchas las ocasiones en que no se resigna a una solución trascendental de igualdad que sobrepasa los límites espaciotemporales. No se contenta con lo que en muchas ocasiones son cantos de sirena. Esto se agudiza más aún cuando hay que abordar casos concretos, los casos particulares, para los que no valen las buenas palabras, que se quedan en meros sofismas, sino que lo que demandan son soluciones concretas ya.
Empero, también es constatable en la urdimbre del ser humano y de la historia de la humanidad en un clamor en pro de la igualdad que es una fuerza moral continuamente creciente. Así, el sueño igualitario ha sido vivido y manifestado en diversos tonos y con diversos retoques en la historia humana; así tenemos el pensamiento judeocristiano occidental que basándose en una fe monoteísta generan esa igualdad; la conciencia grecorromana de la pertenencia al “genus humanum”, igualado de todas las diferencias es otra corriente; la propuesta de utopías igualitarias, como búsqueda permanente de la igualdad humana, por ejemplo Tomás Moro; el continuo rebrote de los movimientos socialistas de corte más o menos utópico, pero cuyo horizonte es el de la igualdad; las revoluciones sociales, en las cuales nunca ha faltado la proclama de la igualdad [10].
Cuando exhibimos la argumentación de la igualdad como ideal ético no podemos soslayar en ningún momento la existencia de una igualdad que pertenece a la esfera óntica. Y es que tenemos dentro de la igualdad que hablar de igualdad óntica y de igualdad como ideal ético.
La igualdad óntica no es ideal humano, es originalidad, diferencia, variedad. La igualdad ética tiene su génesis en la óntica, pero va más allá que ésta e introduce un elemento que la configura como un factor determinante dentro de la vida social, es un ipso de reparto, el cual es demandado por la igual valía del ser humano. De este modo la desigualdad óntica se convierte en un beneficio humanizador. Francamente la distinción de estos dos tipos de igualdad podrían encontrar su imagen en aquella otra división que elaboraba Jean Jacques Rousseau en su Discursos sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, cuando el ginebrino exponía dos tipos de desigualdad, una natural o física; otra, moral o política.
En cualquier caso la igualdad ética es un concepto límite, por cuanto que marca una idea utópica y porque igualdad y desigualdad crecen y decrecen respectivamente la una y la otra, esto es, la igualdad aumenta en la medida que la desigualdad (las desigualdades particulares) van disminuyendo. Las áreas sociales en las que tiene que ir desapareciendo las desigualdades son áreas de tipo público, y por tanto, de todos, una de ellas resulta de capital importancia en la construcción de una sociedad más igual. Y es que el hombre, el ser humano en sus relaciones y operaciones con los demás se inserta así en lo que podríamos llamar una teoría constructivista de la sociedad en pro de la igualdad. Ese ser humano, nace, crece, se inserta en una familia, en una comunidad social, educativa, se desarrolla y muere. En su aprendizaje social va adquiriendo un desarrollo moral y en ese aprendizaje social juegan un papel importante la educación.
6.-LA EDUCACIÓN: ¿FORMACIÓN DE VALORES?
El de la educación es un tema un tanto complicado, puesto que en el mundo que nos toca vivir las instituciones educativas se conjuran en sus programaciones educativas en el objetivo de educar en valores, algo que vende mucho, pero ¿ciertamente al final es así?. O ¿acaso no se lleguen ni a los mínimos?. Hemos apuntado que el individuo desde que nace hasta que muere va adquiriendo un aprendizaje social que le irá haciendo desarrollarse moralmente, y dentro de ese aprendizaje social juega un papel preponderante la institución educativa, la cual ya en la etapa de la Ilustración era muy relevante puesto que defendía la enseñanza no como instrumento de filtración de ideales políticos y de control de las mentes, sino que lo que defendía era que el horizonte de la educación es el de educar en la libertad, de crear, de pergeñar los futuros individuos que se irán haciendo cargo de las distintas tareas de la comunidad social, con el correr del tiempo. Y se hace necesario crear, formar, perfilar individuos autónomos, con personalidad propia, con responsabilidad, participativos; hay que imbuirles de ese espíritu de libertad, de igualdad, de dignidad humana.
Ahora bien, de todos es sabido que la educación, de suyo, ha de tener unos objetivos, unos fines, unos valores, en suma lo que tiene que existir es un camino [11]. Arriba indicábamos “dignidad”, “libertad”, “participación”, “responsabilidad”, “autonomía”, todos ellos ingredientes fundamentales para la formación holística de las personas, pero en ocasiones es inevitable el interpelarse si en la educación existe un “hacia dónde”, un camino, un “para qué”. Más aún ¿qué aporta la filosofía aquí al respecto?. Parece harto apropiado responder como lo hace Gianni Váttimo en “más allá del sujeto”, y responder que la filosofía no puede ni debe enseñarnos a dónde nos dirigimos, sino vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna parte.
La Filosofía, puede decirse que tiene entre sus objetivos el intentar responder a estas y otras cuestiones que se formula el ser humano, cuestiones que tienen que ver con su vida, el sentido de la misma, es la respuesta a los “por qués” y “para qués”. La Filosofía es sabedora que no va a lograr dar respuestas apodícticas ni soluciones mágicas a los muchos cuestionamientos que se formula el ser humano. Pero no por ello ha de dejar de moverse en esa tensión. También en el ámbito educativo existe espacio para que la filosofía aporte su pensamiento.
Dentro de la educación son muchos los responsables e implicados en este campo, el cual no queda cerrado con la ya clásica tríada de todos conocidas: Padres, Estado e Iglesia. Pensar en esta clave implica cogitar en clave autoritaria, y los tiempos del autoritarismo afortunadamente han pasado a mejor vida. En una concepción democrática de la educación, ésta es objeto de responsabilización por parte de todas aquellas instancias que colaboran en su realización, léase padres, poderes públicos, grupos ideológicos, profesores, alumnos [12].
Hemos de percibir claramente que estas instancias anteriormente mencionadas funcionan de modo diverso, es decir no existe una misma funcionalidad sobre los diversos aspectos que surgen en la educación. De tal modo que de todas y cada una de esas instancias que acabamos de expresar cada una realiza su función concreta, cada una tiene una operación concreta que desarrollar dentro del ámbito educativo ya sí cada una de ellas con sus distintas operaciones a realizar dentro del ámbito educativo, se relacionan entre ellas, y de ese aspecto operacional y relacional, en definitiva propio de las teorías constructivistas, nace o intenta emerger un proyecto educativo que merezca la pena, un proyecto que debe ser de verdad educativo en valores.
El de la educación es un aspecto importante y el de los educadores más aún, pues en las aulas de hoy se forman los hombres y mujeres del mañana; por el bien común de toda la comunidad social nacional e internacional a todos nos interesa que se eduque en valores, en libertad, igualdad y responsabilidad.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:
- BERCIANO VILLALIBRE, M., Pensamiento débil, postmodernidad y educación, en Revista MAGÍSTER, nº 13, Oviedo 1995.
- NUEVO CATECISMO PARA ADULTOS, Catecismo Holandés, Ed. HERDER, Barcelona 1969.
- FERRATER MORA, J., Diccionario de Filosofía, Ed. ALIANZA, t. II, Barcelona 1982.
- VIDAL, M., Moral de la Persona, Ed. COVARRUBIAS, Madrid 1991.
- VIDAL, M., Moral Social, Ed. COVARRUBIAS, Madrid 1991.
ASTURIAS, JULIO 2003.
*Profesor de Filosofia en el Bachillerato, Centro Trabajo: IES Corvera - Asturias. e-mail: fuentesjimenez@terra.es o juandemariajm@yahoo.es.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario